Cuéntamela otra vez/X

Publicado el 17 abril 2010 por Diezmartinez

Al final de la muy palomera Furia de Titanes (Clash of Titans, EU, 1981), del artesano televisivo y ocasional cineasta Desmond Davis, la diosa Hera (Claire Bloom) le comparte su temor a su divino marido Zeus (Sir Laurence Olivier, nada menos) de que si proliferan héroes como Perseo (Harry Hamlin), los seres humanos no necesitarán adorar más a los dioses. Zeus no cree que eso suceda: “Hay suficiente pereza en el mundo”, dice burlón.
Y para demostrar esa güeva universal, he aquí el mediocre remake Furia de Titanes (Clash of Titans, EU, 2010), que vuelve a contar la mítica historia en la que Perseo (Sam Worthington) vence al descomunal Kraken –que ni siquiera es una bestia griega, por cierto- con la ayuda de la cabeza cortada de Medusa.
A decir verdad, la película de 1981 no era ninguna obra maestra, pero tenía la gracia de no tomarse muy en serio (el Zeus de Olivier parecía que ganaba la risa a cada momento) y presumía las encantadoras animaciones stop-motion del gran Ray Harryhausen, quien se lució especialmente en su creación de Calibos y de la terrible Medusa.

El refrito, por el contrario, está desprovisto de todo humor y las animaciones digitales de los monstruos (la Medusa, los escorpiones gigantes, el Kraken mismo) no provocan el menor asombro, el menor temor.

Como se está haciendo costumbre en el cine de acción, aventuras o fantástico del nuevo siglo, el montaje de las secuencias de combate está realizado con los miembros inferiores (vulgo: con las patas) por lo que, llegado el momento, es imposible distinguir, por ejemplo, la identidad de quienes están peleando contra unos grandes escorpiones y menos se sabe para qué fregados se enfrentaban a ellos si luego resulta que sirven como excelente medio de transporte.

En realidad, este refrito tiene poco que ver con la cinta de 1981 –y, de hecho, con el propio mito de Perseo- pero ése no es su mayor problema. Después de todo, lo que menos espera uno al ver una cinta hollywoodense de fantasía es una adaptación académica de Los Mitos Griegos de Robert Graves.

El problema radica en la grisura de todo el asunto: en un prestigioso reparto –encabezado por Liam Neeson- que no se esfuerza nada (el récord lo impone Danny Huston: dice “Soy Poseidón” y luego desaparece del encuadre para ir a cobrar el cheque), en unos efectos especiales digitalizados que ya mueven al bostezo y en una solemnidad de pena ajena en la que cabe incluso lo políticamente correcto. Aunque usted no lo crea, esta vez el caballo alado Pegaso no es blanco sino color negro Obama. Ah, y el famoso tecolotito de la primera cinta sí aparece, pero en un cameo más bien inútil. Como toda la película.