Cuéntamela otra vez/XXIV

Publicado el 29 marzo 2013 por Diezmartinez


Ante el estreno -y, al parecer, rampante éxito económico- de Nosotros los Nobles (México, 2013), opera prima de Gaz Alazaraki "inspirada" en la obra teatral de Alfonso Torrado que Luis y Janet Alcoriza adaptaron para El Gran Calavera (México, 1949), me di a la tarea de revisar el tercer largometraje -segundo mexicano- del cineasta hispano-mexicano Luis Buñuel. La película está disponible en un DVD nacional ascético pero, por lo menos, visible. Aunque el propio Buñuel no le dedica más de diez líneas en su tan releída autobiografía "Mi Último Suspiro" ("No creo que presente el menor interés", dice él con respecto a la película), El Gran Calavera fue un necesario punto de inflexion para el aragonés que, después del fracaso taquillero y crítico de su opera prima mexicana Gran Casino (1947), había estado viviendo en México de prestado, mantenido por el dinero materno que venía de ultramar. En la banca y desesperado, Buñuel recibió la visita del productor Óscar Dancingers, quien le propuso dirigir El Gran Calavera, un proyecto personal de Fernando Soler. Inicialmente, Don Fernando iba a ser el realizador pero dándose cuenta que le iba a resultar complicado dirigir y protagonizar al mismo tiempo, el gran actor le pidió a Dancingers buscar un cineasta "honrado y dócil". Ese fue, precisamente, Luis Buñuel. Don Luis, por cierto, no tiene más que palabras de elogio para Fernando Soler, pues en el también muy releído libro de entrevistas "Prohibido Mirar al Interior" (José de la Colina y Tomás Pérez Turrent, Ed. Joaquín Mortiz/Planeta), el aragonés dice que, gracias a que Soler era un actor tan completo y disciplinado, no tenía que dirigirlo gran cosa, por lo que se entretuvo experimentando con la cámara manejada por Ezequiel Carrasco -hay varias tomas tan elegantes como fluidas a lo largo de la película- e ideando algún shot ingenioso como el inicial, cuando conocemos al ricachón depresivo/borrachales Ramiro de la Mata (Soler), durmiendo la mona junto con varios teporochos en alguna celda de la Ciudad de México. Los zapatos elegantes de Don Ramiro -lo primero que vemos en la película- no sólo contrastan con el calzado zarrapastroso de sus compañeros de botiquín, sino que Buñuel se anima, incluso, a coronar la escena inicial con cierto gag de raigambre chaplinesca.  La película fue dirigida por Buñuel en apenas 18 días, sin problemas de ningún tipo y el posterior éxito económico del filme animó a Óscar Dancigers a producirle a Don Luis "una verdadera película". Esta cinta se llamó, por supuesto, Los Olvidados (1950). En cuanto a El Gran Calavera, la película sigue siendo una muy disfrutable comedia familiar que, fuera de la toma inicial ya mencionada o el engolado monólogo de un personaje que suelta algún latinajo, no hay evidencias del auteur Buñuel en acción. De cualquier forma, el filme se deja ver con gusto por su funcional limpieza estilística, por el ingenio de los diálogos escrito por el matrimonio Alcoriza ("-¡Esto es vivir!" "-¡Y beber!") y por un eficaz cuadro de actores, comandados por Fernando y Andrés Soler. Este último, por cierto y como era su costumbre, logra robarse varias escenas impunemente, como cuando explica su baquetona filosofía de vida, a la que ha bautizado como "Quietismo" o cuando expresa, indignado, su asombro porque tiene que chambear ("¡Trabajar un hombre digno, como yo!"). La historia, como recordará, está centrada en una lección que su hermano psiquiatra Gregorio (Francisco Jambrina) le quiere dar a Ramiro, quien después de la muerte de su esposa y para lidiar con su depresión, se ha dado a la pachanga, desatendiendo su salud, su negocio y sus hijos. El plan es hacerle creer, después de una de sus muchas intoxicaciones alcohólicas, que toda la familia ha quedado en la ruina, de tal manera que desde hace un año su hermano vividor Ladislao (Andrés Soler) trabaja como carpintero, la hipocondriaca esposa de este llamada Milagros (Maruja Griffel) cose y lava ajeno, el hijito ni-ni Eduardo (Gustavo Rojo) es bolero y la hijita casadera Virginia (Rosario Granados) no sale de la cocina. Sin embargo, al darse cuenta del engaño, Ramiro sigue de cualquier manera con la charada, ahora para darle una lección a todos sus parientes chupasangres que, en el camino, descubrirán no sólo la importancia del trabajo, sino que volverán a funcionar como una auténtica familia y, en el caso de Virginia, se encontrará con su verdadero amor en la figura del luchón proletario Pablo (Rubén Rojo). 

Una historia muy similar es la que está en el corazón de Nosotros los Nobles, dirigida por Gary "Gaz" Alazkari. El guión, escrito por el propio cineasta debutante en colaboración con Patricio Saiz y Adrián Zurita, nos presenta al millonario constructor Germán Noble (Gonzalo Vega, nunca llenando los enormes zapatos de Don Fernando Soler) que, harto de la vida inútil/disipada de su tres hijitos nini, el mirrey Javi (Luis Gerardo Méndez), el hipster Charlie (Juan Pablo Gil) y la insoportable princesa  Barbie (guapa Karla Souza), les hace creer que están siendo perseguidos por la policía y que han quedado en la miseria, por lo que ahora van a aprender a amar a Dios en tierra de indios. O sea, van a tener que chambear: Javi como conductor de un pesero "pidata", Charlie como oficinista  acosado por su jefa madurona y Barbie como suculenta mesera en minifalda de cierta cantina en la que trabaja como cocinero su luchón/resentido amor proletario, Lucho "el debilucho" (Ianis Guerrero). En cuanto a la puesta en imágenes se refiere, Nosotros los Nobles está años luz de la emblemática fluidez buñueliana, aunque habría que aceptar que tampoco tiene demasiados baches narrativos. Eso sí, habría que reprocharle un tufillo aleccionador/regañón en contra del papá (in)Noble que nunca se dio cuenta de los problemas de sus hijitos (que si la dislexia de Javi, que si la bulimia de Barbie, que si la... la... bueno, la mera hueva de Charlie) y una severa deficiencia en la descripción de los tres  ninis protagónicos, pues mientras el Javi de Luis Gerardo Méndez y la Barbie de la eficaz señorita Souza tienen un adecuado arco de transformación, el Charlie de Juan Pablo Gil aparece desdibujado, incompleto, acaso incluso superfluo en el contexto de todo el filme.  Lo mismo pasa con el disparejo cuadro actoral: mientras Vega, Méndez y Carlos Gascón -como un falso español nacido en Cholula- hacen más o menos bien su chamba, y Gil y Guerrero aparecen perdidos, la única que aprovecha la oportunidad de lucimiento -en más de un sentido- es la señorita Souza, hilarante con su acento y pose de reinita fresa desdeñosa/desdeñante venida a menos, con todo y sus one-liners políticas-paranoicas ("¿Por qué nos están quitando todo, como en Venezuela?", "Ahora resulta que estamos en Cuba", y les faltó una en la que dijera: ¿"Qué, siempre sí ganó el Peje?"). Por lo demás, los mejores gags están casi todos en el excelente trailer que nos vendía una película mucho más divertida y aguda que, al final de cuentas, nos queda a deber. De cualquier forma, no me queda más que expresar mi alegría por el éxito económico de esta cinta del joven Alazraki. Esto es algo bueno para el negocio del cine en México. Y, además, en una de esas, con todo el dinero que se está embolsando, no hay que descartar que Alazraki haga luego "una verdadera película". No digo que sea Los Olvidados -eso nomás lo hace González Iñárritu, ya sabemos. Pero con un filme más redondo que Nosotros los Nobles me daría por bien servido.