Los créditos finales de Mexicanos al Grito de Guerra (Historia del Himno Nacional) (México, 1943) indican que el argumento y la dirección fueron del entonces muy conocido periodista y locutor "El Bachiller" Álvaro Gálvez y Fuentes. Sin embargo, los créditos iniciales habían dejado claro también, con letras bien grandotas, que la "supervisión general" de la película era responsabilidad del entonces jovencito de 26 años Ismael Rodríguez. De hecho, si uno revisa la ficha técnica de la película en otras partes -en la Historia Documental del Cine Mexicano de García Riera, en la propia Internet Movie Database-, Rodríguez aparece en calidad de co-director no oficial al lado de Gálvez y Fuentes quien, por cierto, nunca volvió a dirigir una sola película. Por supuesto, si uno conoce el cine de Ismael Rodríguez -y si uno es mexicano y se dice cinéfilo, de seguro que se conoce- es obvio, después de haber visto Mexicanos al Grito de Guerra, que la película, más allá de lo que digan los créditos, es obra del más chamaco de los Hermanos Rodríguez y sus huellas se pueden notar en todo el filme. La veta populista del director de la trilogía de Pepe el Toro se muestra en algún regocijante gag populachero ("¡Me llamo Luis, me llamo Luis!" -"Pues yo me llamo Palemón y ni presumo"), sus inclinaciones sanguinolentas se dejan ver en algún par de momentos claves (el soldado francés hecho papilla por un cañonazo a boca de jarro, el Chicote que no puede levantarse a cantar el himno nacional porque tiene las piernas mutiladas cual futuro Camellito de Nosotros los Pobres/1948) y, por supuesto, la cinta es protagonizada por un Pedro Infante de 26 años -los mismos que tenía Rodríguez, por cierto- quien con esta película iniciaría una fructífera relación profesional -17 filmes, nada menos- con el cineasta que mejor supo dirigirlo. Más aún, las transiciones entre una escena y otra, o el ingenioso uso de la pantalla dividida, delatan al Ismael Rodríguez de siempre: un cineasta inquieto, arriesgado, dispuesto a jugar con un medio que en ese tiempo empezaba a conocer -Mexicanos al Grito de Guerra es apenas su segundo largometraje-, mientras el manejo de la cámara es muy ágil, característica que acompañaría a Rodríguez a lo largo de su carrera. Con todo y estas virtudes y alguna más -una dirección de actores bastante competente-, la película es una obra muy menor en la filmografía de Rodríguez, no tanto por la ejecución sino por las servidumbres a la que estaba obligados por el tema: la trágica historia de amor entre un joven soldado liberal (Infante) y la sobrina (Lina Montes) del franchute racista Conde de Saligny (Miguel Arena) era, al final de cuentas, no más que el telón de fondo de la crónica de cómo se escribió el Himno Nacional Mexicano y el papel que jugó -en la película, no en la realidad- en la victoria del 5 de mayo de 1862, cuando las tropas mexicanas -al mando de mi General Zaragoza (Miguel Ángel Ferriz, muy pasado de edad para el papel)- derrotó al ejército francés comandado por el General Lorencez (Manuel Arvide). Con este tema tan patriótico -y el apoyo del gobierno mexicano, a quien se le agradece profusamente en los créditos iniciales: al Presidente Ávila Camacho, al Secretario de la Defensa Lázaro Cárdenas, al Secretario de Comunicaciones Maximino Ávila Camacho, et al- y en plena época de consolidación del Nacionalismo Revolucionario, es obvio que Mexicanos al Grito de Guerra es maniquea cual libro de texto de esos años -los franceses son remalos, los mexicanos liberales son rebuenos y los mexicanos conservadores pueden serlo también si se pasan del lado correcto-, muy respetuosa con sus santos laicos de rigor -aparece Benito Juárez encarnado por Miguel Inclán muy en su papel- y todo lo seria y discursiva que se necesite -sobran las escenas en las que los patriotas liberales entrecierran los ojos para soltarse diciendo lo chulo que es México y lo malévolos que son los invasores franceses. Sin embargo, como tampoco deja de ser una película de Ismael Rodríguez, la cinta es consistentemente entretenida de principio a fin. Rodríguez no lo puede evitar: aun con un tema tan serio y patriótico en las manos, el tipo deja ver que siempre está pensando en emocionar y divertir al respetable.
Frente a Mexicanos al Grito de Guerra -y su batalla del 5 de mayo que no pasa de los 15 minutos-, los hacedores de Cinco de Mayo: la Batalla (México, 2013) presumen que los cocolazos en su película duran 45 minutos. El problema es que los bostezos duran más. El cuarto largometraje de Rafa Lara tiene todos los defectos de la película de Rodríguez -su maniqueísmo ramplón, su carácter discursivo, su añejo nacionalismo patriotero- pero ninguna de sus virtudes. Antes de los 45 minutos de una batalla filmada en shaky-cam en la que no se sabe qué está pasando -por suerte había leído la sinopsis y sabía que ganaban los mexicanos-, uno debe sufrir durante más de una hora con los prolegómenos de la invasión francesa (choros por aquí, choros por allá) mientras somos testigos de una fallida historia de amor entre un soldado raso escéptico (Christian Vasquez haciendo lo que puede) y una lanzadaza huérfanita (Liz Gallardo) que ofrendarán su sangre, sudor y lágrimas para que mi General Zaragoza (inexpresivo Kuno Becker) diga sus famosas palabras ("Las armas mexicanas se han cubierto de gloria") mientras al final y al fondo suena una rola de Caifanes cantada por Cecilia Toussaint. Con todo, al momento de escribir estas líneas la película ha tenido cierto éxito de taquilla -casi 12 millones de pesos en su primer fin de semana, aunque menos que los 16 millones de pesos que Nosotros los Nobles obtuvo en estos mismos días- y, por lo menos en la función a la que asistí -sala pequeña, pero casi llena- hubo personas que aplaudieron de manera entusiasta al finalizar la película. Es decir, el nacionalismo revolucionario, al parecer, funciona. Eso sí, ojalá que este nacionalismo fílmico fuera más divertido, menos solemne, más emocionante y con una batalla de 45 minutos mejor filmada.