Cuentan que la Bella Durmiente nunca despertó de su sueño

Publicado el 06 marzo 2014 por Joaquín Armada @Hipoenlacuerda

Recuerdo a Panero tumbado en un banco de Moncloa. La botella vacía, la mirada perdida, mendigo sin versos. Recuerdo a Panero como un niño travieso, jugando con una lata vacía de esa Coca Cola que se había convertido en su sangre, mientras Sánchez Dragó le llamaba al orden en ‘Negro sobre blanco’. Recuerdo a Panero en las conversaciones apasionadas con mi amigo Edu, en la barra de latón de algún bar de Malasaña.  Pensábamos que era el más genial de todos los poetas, hasta que tuvimos que admitir que sí, que estaba tan roto que ya no podía escribir un gran poema.

Recuerdo a Panero en la tertulia que creó Javier Sardá en ‘La ventana’, en la que un puñado de locos nos llevaban al umbral del mundo donde estaban atrapados y cuestionaban con sus certezas nuestra lucidez.  Fue la primera vez que escuché su voz oscura, ronca de tanto fumar y beber.  Recuerdo a Panero en El desencanto’, ese documental de terror que tantas veces me han contado y siempre me ha dado miedo ver. Ese retrato de la familia Panero que quizá lo explique todo o tal vez no explique nada.  Y en la que, leo ahora, el poeta dice: En la infancia vivimos, después sobrevivimos”.

Dicen hoy  sus editores que “era todo ternura”, pero debió ser imposible vivir con él, estar con él. Hoy, cuando ya no compramos libros porque no tenemos espacio, cuando en las librerías sustituyen la sección de poesía por juguetes de Lego; hoy, cuando reconocemos que el poeta tenía razón, que era España la que estaba loca, los versos de Leopoldo María Panero vuelan en Twitter como estrellas fugaces. Lloraremos su muerte los que apenas le leímos, Carlos del Amor le hará una pieza y, tal vez, en alguna televisión privada se atrevan a hacer unas colas con imágenes robadas de Youtube. Admitiremos, en fin, en voz baja, que no estaba loco cuando nos avisó que la Bella Durmiente nunca despertó de su sueño.