Efectivamente, al instante el libro cayó, y yo, por inercia, le avisé:-¡Oiga, se le ha…Antes de que yo terminara la frase, él mismo se percató tanto de la caída del libro como de mi aviso.
Pero mi frase, que ya tenía vida propia, continuó su camino y concluyó:-…caído el libro.Entonces Anselmo me miró y con tono de desprecio dijo:-Sí, ya me he dado cuenta. Y más antipático aún, añadió: -¿Qué quieres, que te dé las gracias?-Madre mía, qué elemento, pensé. Y sin decir nada, mientras él se agachaba, seguí mi camino, doblé la esquina y lo dejé atrás.Unos metros más adelante me encontré con una conocida, una joven muy agradable -educada, trabajadora, guapa- a la que tengo gran aprecio. Me saludó con su habitual simpatía y mientras cambiábamos unas palabras vi venir a Anselmo. Ella también lo vio, y sonriendo dijo:-Ah, aquí llega mi novio.Me despedí de ella rápidamente y me marché, cavilando, intentando comprender los misterios de la vida.