Cuento de un persuasivo II

Publicado el 18 agosto 2019 por Carlosgu82

Después de 3 años del fallecimiento de mis padres y de vivir con mis abuelos, he decidido quedarme sin ninguna compañía en mi propia casa, usando los millones que mis padres me habían dejado, pero con la mentalidad de generar más en base al trabajo de ellos, impulsando sus negocios y poniéndolos de nuevo en la cima del éxito. A ellos les habría gustado eso.

Estos 3 años me ayudaron a darme cuenta de la clase de familia que tengo, queriéndose aprovechar siempre de la situación, haciéndome a un lado por la falta de conocimiento al manejar un negocio y por no tener idea de la riqueza que en realidad poseía. Conocí muchos amigos de mis padres, que me contaron de cómo eran ellos en su vida profesional. Esas personas me dieron su apoyo para seguir adelante con los proyectos, así que no estaba solo. Conté con una gran cantidad de profesionales dispuestos a seguir conmigo lo que habían comenzado con mis padres. Se habían convertido en mi nueva familia.

Con el paso del tiempo, los negocios crecieron aún más. Esto me hizo adentrarme a la vida profesional que mis padres llevaban, aunque no me volví un experto y estaba lejos de hacerlo, debido a que eran negocios bastantes distintos. Me vi en la necesidad de dejar todo en manos de personas cuyo conocimiento fuera suficiente para potenciar el negocio. Yo me quedé como “el jefe” que recibía las notificaciones de los movimientos. Mi familia tenía razón, era inexperto y no conseguiría tomar el liderazgo a mi corta edad. Al menos mi equipo de trabajo no intentaba aprovecharse y robarme.

Posteriormente, llegue a mis 22 años a punto de concluir mis estudios universitarios, decidí tomar el camino que mi padre me había propuesto, el camino de mi madre lo hice mi pasatiempo favorito. Con cierta madurez encima, dejé fuera a quien no necesitaba y generé una nueva perspectiva de mi vida. Lo tenía todo.

Al fin logré “superar” la muerte de mis padres, entendí que ellos no estarían para mí toda la vida, aunque no me deja de doler la forma tan repentina en que se marcharon. “Dios no existe”. Yo creo en mí, así que soy mi propio Dios.

Todo iba tan bien, comencé a generar ingresos por méritos propios. Sentí que nadie podía detenerme, hasta que apareció ella, una niña de solo 17 años que cambió mi mundo en un segundo. La primera vez que nos miramos, sentí como sus ojos color gris lanzaban la mirada de manera tan fuerte que logró dejarme helado sin poder hablar. Separó un poco sus labios rojos, no sabía si estaba a punto de decirme algo o simplemente quedo tan sorprendida como yo, hasta que después de un momento los juntó de nuevo haciendo una expresión de desagrado y dirigió su mirada lejos de mí. No fue amor a primera vista, fue odio. La chica era demasiado joven para fijarme en ella, además teníamos algo en común que me incomodo bastante. Tenía el mismo apellido de mi padre.