El arco del derecho.
Nací en el silencio de los que callaban los golpes que recibía mi madre, imposible aliviar los deseos macabros del ser que ella solía llamar “mi marido”, mas por respeto que por afecto.
“Ser vil”: eso era mi padre. “Servil “: esa era mi madre, siempre, sin derechos a llantos ni reclamos.” Porque algo debe de haber tenido que hacer ella para merecer tanto palo”. Y cuando sus gritos quebraban los aires y andaban distancias, despertando aun al más dormido. Jamás una voz, se levanto para llamar la atención, al animal que se creía con derecho a producir tanto daño.
Con muy pocos años, supe lo que era tener que luchar para defender mi madre, su dignidad, la mía, su vida, la mía. Pero también aprendí a reprimir y eso fue malo. Mas que malo nocivo, más que nocivo fatal.
Pero quien podía en esos fatales, desesperados y desgraciados tiempos imaginar; en que sería lo que seria, cuando llegue a estar donde estuve, y a estar donde estoy.
Pertenecer, solo creo pertenecerle al universo. Solo me debo a mí misma, soy más mía que de nadie.
No necesito, ni machos ni hembras para forjar destino y destinos. Para tender manos a lo humano.
Ridícula pretensión la mía, cuando los seres más inteligentes del planeta. Esgrimiendo el arco del derecho, de la no discriminación, de la equidad y del sí a la vida.
Permitimos de ojos cerrados, bocas mudas y corazones destinados a piedra; que aun hoy, mueran o sufran vejaciones, mujeres en manos de delincuentes disfrazados de ciudadanos. Cuando su único delito es no saber defenderse solas, porque jamás le enseñamos, jamás las capacitamos, para su independencia, sino más bien para dejarse manosear y vapulear, por cualquier bueno para nada, por el solo hecho de no quedar para “vestir santos”, preferimos que vistan demonios vestidos de santos, en lugar de inculcarles, el respeto que se merecen, y darles sin medida, porque no la tiene: “su derecho a existir”.