Aunque ya estaba jubilado, el señor Mouchet seguía acudiendo al cementerio cada día.Había pasado allí la mayor parte de su vida y no veía por qué no podía seguir pasándola en el mismo sitio. Amaba el cementerio como otros aman la montaña o el campo. Le parecía el lugar más hermoso del mundo y allí era donde más cómodo y en paz se encontraba. Lo conocía perfectamente, y hubiera sido capaz de recorrer aquel laberinto de caminos, tumbas y vegetación con los ojos cerrados o en plena noche.
Todos los días, por la mañana o por la tarde, Mouchet aparecía por allí, balanceando su paraguas, y pasaba el tiempo caminando por los senderos y por entre las lápidas, disfrutando con el sonido de sus pasos en la grava o sobre las hojas secas y con el trino de los pájaros.A veces se entretenía en poner de pie algún jarroncito o tiesto que el viento había volcado, o en acariciar a los gatos que habían hecho de aquel vergel su refugio. Como él, que allí se sentía más seguro que en cualquier otro lugar.
![Cuento. El guía del cementerio](http://m1.paperblog.com/i/142/1420888/cuento-el-guia-del-cementerio-L-trnhdu.jpeg)
A pesar de esto, Mouchet no era, como pudiera parecer, un hombre triste ni apenado. Al contrario, su vivacidad y su voz templada decían que era una persona feliz. Y amable, como suelen serlo las personas felices.
Algunos días iba a la parte más antigua, la que nadie visitaba ya. Allí las lápidas estaban cubiertas de musgo y las esculturas enmohecidas, y las malas hierbas crecían alrededor de las tumbas. La mayoría de estas viejas sepulturas ya no cumplía función alguna, muchas estaban rotas o abiertas, pero seguían allí como testimonio de lo que fueron y de lo que somos.
En el resto del cementerio, en cambio, era fácil coincidir con personas, solas o en grupo.Normalmente aquellos que iban solos no necesitaban ayuda. Eran deudos que iban a visitar una tumba o paseantes que disfrutaban del romántico parque. En ese caso, no les decía nada.
Pero si iban en grupo eran casi siempre personas que no conocían el lugar, turistas o curiosos que con frecuencia buscaban la tumba de algún personaje importante.Entonces Mouchet se acercaba a ellos y les decía:-Buenos días, señores. ¿Buscan alguna tumba en particular? ¿Alguna celebridad? Y estas personas, que andaban perdidas en aquel dédalo de sepulcros, expresaban alivio y gratitud.
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Y siempre, con indicaciones claras y exactas, o incluso acompañando a las personas hasta el lugar, daba a todos la orientación perfecta de cada sitio.Si la conversación lo permitía, adornaba sus indicaciones con anécdotas o curiosidades sobre la celebridad en cuestión, y al terminar dejaba caer su frase favorita:-He sido guía del cementerio durante cuarenta años.
A continuación, viendo acercarse a otras personas, se despedía de los que ya estaban informados y se acercaba a los nuevos:-Señores, ¿buscan alguna tumba en particular? Díganme, yo puedo indicarles…
Qué feliz era Mouchet. Y qué útil.
Una tarde, aunque ya oscurecía y pese a su menguada visión, alcanzó a ver la silueta de un hombre que estaba junto a uno de los caminos, sin moverse, como quien espera...
(Continuará)