Se cuenta que un viejo peregrino encontró un día un mono, un zorro y una liebre.
El hombre, de avanzada edad, se encontraba agotado por su viaje lo cual le llevó a pedir a los tres animales, como favor, que le consiguiesen algo de comida. El mono se subió a un árbol y recogió frutas, el zorro con su gran atrapó un ave y la liebre, con gran pesar, volvió con las manos vacías.
Al ver al viejo con la cara triste y cansada, se sintió culpable. Entonces recogió ramas y hojas secas, encendió una fogata y se lanzó dentro para ofrecerse a sí misma como alimento.
El viejo, conmovido ante el trágico sacrificio del pobre animal, reveló su verdadera identidad. Era una deidad de gran poder que recogió los restos de la liebre y los enterró en la luna como monumento a su gesto de solidaridad.
Es una historia de sacrificio y entrega que forma parte de la cultura japonesa. Como nota curiosa, después de narrarla suele explicarse, principalmente a los niños, que los conejos saltan tratando de alcanzar a su héroe que descansa en la luna.