Pasé los primeros años de mi infancia creyendo que mi padre se dedicaba a un oficio misterioso. Los padres de los demás niños tenían trabajos fáciles de nombrar y de comprender: zapatero, pintor, maestro… Pero mi padre era nada más y nada menos que gelómogo satador. Aquello medesconcertaba y me intrigaba de manera extraordinaria, y me parecía que un oficio con un nombre tan difícil tenía que ser algo muy importante. Al cumplir ocho años aquellas sílabas misteriosas se ordenaron debidamente y entonces supe que mi padre era en realidad gemólogo tasador. Yo seguía sin entender en que consistía aquello, aunque mi madre me explicó que lo que hacía mi padre era «tasar gemas, o sea, averiguar el valor de las joyas». Y como me dijo también que trabajaba en el Monte de Piedad, estuve un tiempo creyendo que mi padre trabajaba en el campo, en lo alto de un monte, desenterrando joyas. Poco a poco fui comprendiendo realmente su oficio gracias a las historias que me contaba sobre las personas que iban a su trabajo a dejar allí sus pequeños tesoros. Y la que mejor recuerdo es ladel colgante de plata.Un día llegó un hombre para dejar en prenda un colgante de plata con una piedra azul. Mi padre le dijo que no podían darle mucho por aquella joya, pero el hombre ya lo sabía. Cuando la entregó, mi padre vio una gran tristeza en sus ojos y comprendió que aquel objeto debía de ser muy importante para ese hombre. Le dijo que guardarían su colgante durante un año y que antes de que acabara ese plazo podría volver para recuperarlo. Pero aquellas palabras no consiguieron aliviar la pena del hombre, que al marcharse dijo: "Yo nunca volveré."Y así fue: aquel hombre no volvió. Pero mi padre, impresionado por su mirada, había decidido que él mismo compraría la joya cuando la subastaran. Después buscaría a su dueño, que quizá podría regresar por ella.
Pasé los primeros años de mi infancia creyendo que mi padre se dedicaba a un oficio misterioso. Los padres de los demás niños tenían trabajos fáciles de nombrar y de comprender: zapatero, pintor, maestro… Pero mi padre era nada más y nada menos que gelómogo satador. Aquello medesconcertaba y me intrigaba de manera extraordinaria, y me parecía que un oficio con un nombre tan difícil tenía que ser algo muy importante. Al cumplir ocho años aquellas sílabas misteriosas se ordenaron debidamente y entonces supe que mi padre era en realidad gemólogo tasador. Yo seguía sin entender en que consistía aquello, aunque mi madre me explicó que lo que hacía mi padre era «tasar gemas, o sea, averiguar el valor de las joyas». Y como me dijo también que trabajaba en el Monte de Piedad, estuve un tiempo creyendo que mi padre trabajaba en el campo, en lo alto de un monte, desenterrando joyas. Poco a poco fui comprendiendo realmente su oficio gracias a las historias que me contaba sobre las personas que iban a su trabajo a dejar allí sus pequeños tesoros. Y la que mejor recuerdo es ladel colgante de plata.Un día llegó un hombre para dejar en prenda un colgante de plata con una piedra azul. Mi padre le dijo que no podían darle mucho por aquella joya, pero el hombre ya lo sabía. Cuando la entregó, mi padre vio una gran tristeza en sus ojos y comprendió que aquel objeto debía de ser muy importante para ese hombre. Le dijo que guardarían su colgante durante un año y que antes de que acabara ese plazo podría volver para recuperarlo. Pero aquellas palabras no consiguieron aliviar la pena del hombre, que al marcharse dijo: "Yo nunca volveré."Y así fue: aquel hombre no volvió. Pero mi padre, impresionado por su mirada, había decidido que él mismo compraría la joya cuando la subastaran. Después buscaría a su dueño, que quizá podría regresar por ella.