Cuentopharmacos: “El zurdo y el 1942”

Publicado el 06 diciembre 2016 por Ludopharmacos @ludopharmacos

Carlos Krupa, un número seis imbatible en cancha de once y un goleador nato con la número nueve en cancha de cinco . “El zurdo” lo llamaban en el club, donde hizo más goles con la izquierda que  todos los otros jugadores juntos con las dos piernas, aunque también metió varios de cabeza; no hubo una red de arco de papi fútbol que no haya sido sacudida por un balón de este prodigio, incluso, una que otra, ha sido atravesada. Muchos recuerdan un gol de chilena desde la mitad de cancha contra el club “Cervantes” jugando para el club “General Paz”: ahí fue cuando supe que los súper campeones no estaban tan lejos de la realidad, o al menos, de lo que Carlos Krupa y su gamba izquierda podían hacer realidad.

Además de ser el mejor en su categoría durante todos los años que jugó en el fútbol infantil, según un diario metropolitano que cubría esos menesteres, Carlos Krupa, es mi hermano; y es por eso que conozco muy bien la historia que estoy relatando.

Un jugador infantil sabía que el retiro le llegaría entre los doce o trece años, pero a esa edad el tiempo aún no es si quiera una preocupación remota, ya que no se posee la capacidad ni la percepción correcta para medirlo, todos los acontecimientos se disfrutan salpicados por una eternidad apócrifa: la ignorancia de un final es el motor que empuja esa energía inconmensurable que tiene la infancia y parte de la juventud.

De todas formas un día sucede que ya no hay lugar en el papi fútbol y, si uno quiere seguir jugando, con el afán de hacer del fútbol su medio de vida, sólo quedará ir a probarse a un club, para así integrar las divisiones inferiores. Esto es, siempre y cuando, la pasión, el talento o la fe sean suficientes como para encarar el procedimiento qué, en última instancia, será determinado por la aprobación o rechazo de quienes realicen dicha prueba: miles de pibes sueñan con la consagración y si no son aceptados lo vuelven a intentar en diferentes clubes hasta lograrlo o resignarse para siempre.

Para Carlos, la cosa era diferente, él no se fue a probar, lo vinieron a buscar a casa en reiteradas oportunidades de los dos equipos más importantes de la zona: Nueva Chicago y Vélez.

Las primeras veces les dijo que iba a ver, que si tenía ganas iba, y guardó los itinerarios que informaban las modalidades de las pruebas, documentación necesaria, etc.

Alguna que otra vez, no lo encontraron: era frecuente que Carlos saliera por varias horas con destino al parque Rivadavia, donde compraba cuanto casete pirata de banda punk encontrase.

Y de tanto insistir, una vez se fue a probar a Chicago: porque de ninguna manera un simpatizante de Chicago pensaría si quiera en jugar, más no sea para una práctica, en el suelo de Liniers como local.

Se armaron los equipos y la prueba comenzó.  A Carlos lo pusieron de mediocampista, a pesar de decir que quería jugar en la defensa -no entiendo muy bien cómo funciona el tema de los números y las posiciones- tocó varias pelotas, dio sus buenos pases, recuperando y eludiendo como un diez -me atrevo a nombrar al número diez porque supongo que así funciona- y, en una de esas, se fue hacia el arco con la decisión de disparar. El arquero no sólo vio la intención, también reconoció al zurdo y  comenzó a gritar desaforadamente: -¡No lo dejen patear!

Esto despertó la intriga de todos los jugadores, tanto adentro como afuera de la cancha,  y sobre todo, de los que juzgarían el rendimiento y decidirían quiénes integrarían las inferiores.

El grito del arquero, además, cargó de energía a dos defensores que iniciaron una carrera a toda velocidad, levantando tierra en el arranque -porque la cancha era más tierra que césped- pero sin quitar la vista del balón que, a una velocidad menor, el pie izquierdo del astro iba conduciendo, como si esta estuviese atada aun hilo imaginario.

A medida en que Krupa se acercaba al área chica, los gritos del arquero eran cada vez más desesperados.

El primer defensor se barrio con toda su fuerza, sin importarle si cometía una infracción, pero Carlos cambió el ritmo de su carrera y con un sutil quiebre de caderas hacia la derecha, acariciando la pelota con los tapones de los botines, lo hizo pasar de largo quedando en diagonal al siguiente defensor que, era la última esperanza del portero.

Pero el defensor restante nunca tuvo la oportunidad de batirse a duelo con el atacante, ya que éste sacó un disparo sorpresivo que le afeitó la sien: si hubiese impactado en el rostro, tal vez tendrían que haber detenido el partido para llamar a los paramédicos.

El guardametas voló como nunca antes lo había hecho, pero de todas maneras, su mano quedó bastante distante del balón, que se metió rosando el poste derecho.

De más está decir que Carlos fue convocado para iniciar las prácticas con el equipo titular de las inferiores.

Comenzaron las prácticas, los entrenamientos y la fecha del comienzo del torneo se acercaba.

Solo restaba realizar el fichaje: un trámite burocrático que se hace para registrar los datos de los jugadores que conformarán los Equipos.

Carlos llegó a tiempo, pero les avisaron que el fichaje comenzaría en una hora. Así fue que mirando a su alrededor se encontró, en el bufete del polideportivo, algunos arcades: siempre había fichines en los bufetes de los clubes, además de metegol, pool y billar.

Compró dos fichas y sin dudar se dispuso a jugar al mil nueve cuarenta y dos, hermoso shot ‘em up de los clásicos.

Él Siempre se inclinaba por los juegos clásicos: si era fútbol, era el thekan world cup, si era autos, era el pole position, aventuras el ghost n’ goblins; pero en el mil nueve cuarenta y dos encontraba una dificultad que lo desafiaba, porque nunca lograba avanzar del nivel tres que, en realidad, viene a ser  el veintinueve, porque el juego arranca en el treinta y dos y va bajando.

Arrancó a un ritmo sobresaliente. La puntería perfecta: un disparo, un avión derribado.

Esquivando balas y a los Mitsubishi J2M Raiden, que vuelan en círculos y en su regreso, casi siempre le cuestan una vida a los jugadores principiantes.  La hilera de aviones anaranjados que, guardan una recompensa en el último derribado habían aparecido algunas veces y ya contaba, el protagonista, con dos avioncitos compañeros volando a derecha e izquierda, como imantados, disparando al unísono.

Al final del nivel veinticinco aparecía un avión bastante grande al que pocos lograban derrotar y la mayoría si quiera llegaba, pero con un par de movimientos, para esquivar los múltiples tiros que escupía “la chancha” como la llamaban los pibes, y siempre disparando, el enemigo explotó en menos de dos minutos: ya se iba juntando gente alrededor del arcade, para presenciar la muerte de la chancha que ya era todo un acontecimiento, pero aún faltaba mucho para llegar al final y además, nadie pretendía semejante hazaña.

Esos pibes que se juntaban alrededor de los arcades venían a ser como la hinchada interesada que adoptaba un equipo por sus victorias y también, eran los que bautizaban a los personajes. Entre los clásicos se encontraba la ya mencionada chancha, y “el lechuguita”: era el tipo verde que aparecía en el Double Dragon y que, si miramos bien, es un clon verde de los protagonistas, que ya son clones entre si, uno azul y uno rojo.

Para ese entonces, Carlos, ya no era Carlos Krupa , la promesa de Nueva Chicago que en pocos minutos comenzaría oficialmente su carrera en inferiores, para luego ir avanzando hasta jugar en primera. No, ahora era un avión estadounidense  surcando el pacifico con el único fin de llegar a Tokyo y destruir sus portaaviones.

Cada vez se acercaban más muchachos y ya casi era imposible observar lo que sucedía en la pantalla.

Otra chancha lo sorprendió en el nivel diez y seis, con más disparos y mayor velocidad que la anterior y fue alcanzado, mientras se escabullía entre cinco balazos, por una nueva ráfaga servida por el ala izquierda de la bestia.

De todas formas le quedaban muchas vidas y en el siguiente intento logró derrotarla y continuó avanzando niveles.

Saliendo del portaaviones, en la pantalla siete,  se escucharon los llamados, a grito pelado, de un tipo que avisaba que había que armar la fila para el fichaje en un quincho que estaba frente a las canchas de tenis. Algunos de los espectadores de la épica travesía que estaba llevando a cabo el zurdo respondieron velozmente al llamado. Pero Carlos siguió jugando y nadie le avisó de la urgencia: perdería la posibilidad y debería esperar hasta el año siguiente para poder jugar en las inferiores.

El Lockheed P-38 Lightning parecía imparable, tal es así, que al final del nivel dos, una nueva chancha, mucho más peligrosa que las anteriores, hizo su aparición, pero no logró si quiera acercarse con sus cientos de disparos al avión que piloteaba un Krupa sumergido al ciento por ciento en el video juego.

El coloso fue destruido,  llegaría la final, el último nivel de Okinawa y del mil nueve cuarenta y dos y un mensaje lo confirmaba:

Congratulation

You  Are

the  best  of  player  !

FIGHT LAST ONE STAGE

La final no presentó ninguna dificultad y, al finalizar el nivel, la pantalla imprimió el siguiente mensaje:

We   Give   Up   !

Special Bonus

10,000,000 pts

Game  Over

Presented    by    CAPCOM

PS: HOPE   OUR   NEXT   GAME .

-¿Tanto lío para esto? -dijo Carlos, y se fue, con dirección a la salida, sin importarle que la pantalla para anotar su nombre en el primer puesto del record estaba aguardando.

Así pues, un preadolescente Krupa dejaba el polideportivo de Chicago, sin cuestionarse si había perdido una oportunidad, o si había sido el primeo en ganar el mil nueve cuarenta y dos .

Nada de eso tenía mayor relevancia que el abismo entre la escuela primaria y la secundaria o los primeros bailes y recitales. Porque tanto para el zurdo, que era imbatible para los defensores, arqueros y las chanchas, como para cualquier otro hijo de vecino, la adolescencia es igual de complicada, ya que es ahí donde se definen incontables destinos que nos marcarán para el resto de la vida que, sea cual fuere el camino a seguir, al final no habrá ni si quiera un congratulation y poco importa si sos el campeón o el empleado modelo.

Todo esto  lo escribo de a ratos, mientras juego una y otra vez al mil nueve cuarenta y dos y no logro avanzar del nivel veintinueve.