CUENTOS CORTOS: El país del gris, de Marta Rivera Ferner

Por Arena
Feliz lunes! Empezamos esta semana con un cuento infantil de la argentina Marta Rivera Ferner, poniendo un poquito de color a este cielo gris lluvia que no parece querer dejarnos...
Una historia de niños que cambiaron lo que no les gustaba imaginando los colores de un mundo mejor. Quizá podíamos empezar a intentarlo también nosotros...
¡A leer!
EL PAÍS DEL GRIS

© Lidiapuspita

Hace mucho tiempo, en un lugar muy lejano, hubo un país donde todo era gris: el cielo, el sol, los árboles, las casas... hasta la gente.
Al igual que todos los habitantes de aquel país gris, la vendedora de frutas y verduras no podía imaginarse su mercadería si tuviera color: el amarillo, tan amarillo, del limón. El verde, tan verde, de la lechuga. El morado, muy morado, de las moras maduras. El rojo, tan rojo, de las fresas.
Tampoco el vendedor de pescados podía imaginar que en algún lugar del mundo hubiera peces azules, rojos, verdes o malvas.
En aquel país tan gris, las madres grises leían cuentos grises a sus hijos grises. Las páginas de esos cuentos mostraban niños grises con el pelo y los ojos grises, con la ropa gris. Las hadas eran grises y también las mariposas, las flores y las gallinas.
Los abuelos recordaban haber visto en su niñez libros que contenían dibujos alegres y llenos de color, donde los niños tenían el pelo castaño o rojo o dorado como el trigo. Pero sus nietos grises no les creían ni una palabra. Decían que eran cuentos de viejos.
El País del Gris era aburrido, muy aburrido, y todos bostezaban a todas horas. Y las horas pasaban lentas y grises.
Pero, un día, una niña se cansó de bostezar y aburrirse e intentó imaginar los colores. Pensó y pensó. Con sus ojos grises abiertos y con sus ojos grises cerrados. Durante el día gris y la noche más gris, aún. En el verano gris y durante el gris invierno. En la gris primavera y en el aburrido otoño gris.
Por mucho tiempo, nada ocurrió. Todo siguió igual.
Pero un día, recordó lo que sus grises abuelos siempre contaban sobre antiguos libros con colores. Durante días, imaginó los cabellos rubios de los niños que vivían en esos libros. Mientras lo hacía, hundía sus deditos en la mata gris y espesa de sus propios cabellos. Y una tarde, su pelo, repentinamente, se volvió dorado como el trigo. Imaginó el mar y sus ojos se volvieron azules. Imaginó fresas rojas y sus labios se volvieron rojos. Pensó en sus ropas grises y las imaginó rojas, verdes, turquesas, amarillas y sus vestidos volaron con colores nuevos.
Entonces, salió a las calles de su gris ciudad y llamó a los demás niños grises. Les habló de aquello tan maravilloso y les enseñó a imaginar un mundo distinto. Y, así, cientos de niños grises corrieron por aceras y parques, por campos y colinas y, sólo con el poder de su imaginación, los tiñeron de rojo y azul, de verde y malva, de amarillo y anaranjado. En los valles surgieron mil matices, el mar se inundó de azules, los árboles brotaron en verdes y amarillos y un sol dorado iluminó, por primera vez, hermosas flores carmesíes. El aire se llenó de alegría y los pájaros volaron con alas multicolores sobre un cielo azul recién estrenado. Flores y mariposas desbordaron patios y balcones y pusieron, sobre los tejados, un techo infinito de color.
Y así, gracias a la imaginación de los niños, el País del Gris perdió su tristeza y, a partir de entonces, se le conoció como El País del Color.