Año de publicación : 1918
Presente edición : Editorial Losada, 1989
Si hay un lugar donde lo fantástico e imaginativo se desarrolla fácilmente ése lugar es en el esplendor de la selva, en este caso aquí -relativamente-, cerca a la frontera, bordeando el río Paraná, y de la mano del uruguayo Horacio Silvestre Quiroga. Los ocho relatos infantiles que trae esta obra fueron escritos durante su aventura y estadía en
San Ignacio, Misiones, a donde se mudó con su familia y donde incluso naciera su hija Eglé.En todos estos relatos encontramos a los animales cavilando y decidiendo como personas, preocupándose por la salud de sus seres queridos -otros animales como ellos-, o incluso de algún hombre a quien consideran y estiman, también la muerte rondará, instalándose alrededor de los variados personajes, todo con un lenguaje fácil y con la arquitectura del léxico habitual del lugar, explicado a pie de página.
"La tortuga gigante" es el que abre el libro, y su inicio no podía ser mejor: "Había una vez..." Esa clásica frase es desde ya el primer disfrute de este libro. En este primer relato se puede encontrar ya ese afán -que más que fantástico parece utópico- de enlazar hombre y animal en una ayuda mutua.
"Las medias de los flamencos" es uno de los que más disfruté, entre otras cosas porque Quiroga no pinta a las víboras y serpientes de malvadas, reputación que cargan desde hace poco más de dos mil años cuando algún escritor anónimo plasmó a este inocente animalito ofreciendo una prohibida manzana a una mujer. Aquí está excenta de esa injusta mala fama, aunque hacia el final del relato desarrollen un sentimiento de venganza hacia los bobos flamencos.
"El loro pelado" es otro cuento muy bien logrado. También resulta muy divertido por el resultado inicial que obtiene el lorito -el ser desplumado- del título, producto de su inocencia en acercarse tanto a un animal tan peligroso como el tigre, y el final donde este pequeño ser increpa a lo que resta de su otrora rival. Aquí también nace un deseo de venganza del pequeño plumífero, y también se da esa simbiosis entre animal y hombre, muy común en la mayoría de relatos del libro.
En "La guerra de los yacarés" la simbiosis se da entre los yacarés del título y un surubí, uniendo fuerzas para defenderse de la destrucción que causa el hombre. También encontramos la disposición del pez que no guarda rencor -los yacarés en el pasado se habían almorzado a otro pez pariente suyo- y se anima en ayudar a estos reptiles, hecho que consiguen basado en la amistad de un viejo yacaré con aquel viejo surubí. Es uno de los relatos más extensos y algo más violentos.
"La gama ciega" es quizá el que menos disfruté, puesto que me cuesta asimilar que un cazador esté presto a ayudar a una gama. Lo resaltante de este relato es la conocida amistad del viejo oso hormiguero con el hombre; también las enseñanzas que la madre pasa a su cria, a quien Quiroga la esboza inquieta, curiosa y desobediente, como los niños; y finalmente, el eterno agradecimiento de la gama mamá para con el cazador, a quien constantemente le llevará plumas de garza. El final es muy light, hasta para un niño.
"Historia de dos cachorros de coatí y de dos cachorros de hombre" nos trae también un paralelismo entre las crias, su comportamiento similar, curioso y travieso, que lleva en este caso al coatí menor a caer en la trampa destinada a la comadreja. Tanto la madre como los hermanos del coatí verán el buen trato que le brindan en su cautiverio teniéndolo como mascota, y, al enterarse de la muerte del coatí por una mordedura de serpiente, planearán cambiar el cuerpo muerto por el hermano más cercano del coatí para no causar tristeza en los niños del granjero.
En "El paso del Yabebirí" las rayas, en agradecimiento al hombre, que prohibió pescar con dinamita a otros hombres, lo defenderán cuando manadas de tigres lo acechen y él esté herido en la orilla. Las rayas aquí son capaces de elaborar estrategias para no dejar pasar a los felinos a través del río, decidiendo incluso morir para salvar al hombre. Es
uno de los relatos más intensos del grupo, y también más violento."La abeja haragana" es quizá el que llame más la atención desde el título, pues desde niño uno sabe que las abejas -así como las hormigas- trabajan duro y en equipo. La del título es la antítesis de todas ellas y tendrá que aprender a comportarse como sus hermanas ,aunque para ello tenga que arriesgar su vida.
Estos relatos aparecieron primero editados en revistas bajo el título "Cuentos de la selva para mis hijos", sólo en 1918 se agruparon ganando su edición definitiva con el título conocido. Existe la probabilidad de que éste sea el primer libro de cuentos para niños en Latinoamérica
Todos los relatos, aunque escritos con un lenguaje simple, tienen como caracteristica una bella descripción que invita a explorar ese peculiar lugar que es la selva. Es fácil percibir el mensaje dejado en estos cuentos a través de los diversos comportamientos que el autor imprime en los animales, protagonistas de estas historias. Poder leer estas historias a mi hija, dando un énfasis diferente a cada personaje: serpientes sibilantes, tigres roncos, el lorito de habla atropellada y repititiva, y así; este clásico no pudo llegar en mejor momento.