Los
Cuentos de Vamurta
TAONOS
(III)
Pan, Amor y Fantasía
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Desplegaron un gran mapa de pergamino manchado
por el tiempo. A la luz de las antorchas y velas, los caminos y ciudades, las
esbeltas montañas dibujadas, los ríos, las tintas rojas, verdes y azules sobre
piel oxidada, parecían aún más las piezas de un rompecabezas que algunos
hombres supremos hubieran legado a los desorientados seres del presente. El
Conde dejó caer su dedo anular sobre la capital, desde allí lo desplazó hasta
los confines del mundo conocido, hacia el norte, hasta tocar el límite superior
del plano, como si de aquel modo pudiera saltar las barreras del espacio y
desplazarse a voluntad.
—Cuatro
falanges, dos compañías de arqueros, ballesteros y hostigadores. Más bueyes y
hombres para la intendencia.
Todos
escucharon a su señor, solemnes. Jamás una fuerza tan poderosa se iba a alejar
tanto del corazón de Vamurta.
—Hermano,
el honor es tuyo —añadió—. Y vos, nuevo gobernador, veguer del sur, lo
acompañaréis, antes de tomar posesión de vuestras tierras.
Tras dos lunas de intenso trabajo, las
fuerzas expedicionarias que debían asentarse más allá de los límites, partieron
bajo una lluvia de pétalos y buenos deseos lanzados por sus ciudadanos,
alentados por la esperanza del pueblo y el deseo de éxito de los clanes de
grandes mercaderes, que tanta plata habían prestado al condado para poder
equipar a la hueste.
Al sexto día dejaron atrás las planicies
cerealísticas y los valles de picos desgastados, penetrando en las tierras
escarpadas de la Marca Norte, de agricultura humilde, sobre la que pacían
grandes rebaños de bueyes y, en las alturas, cientos de cabras que punteaban
con tonos claros las lomas grises y verdes. Cerca de Arbot, la tropa se avitualló.
Cargaron barriles de carne en salmuera junto a decenas de tinas repletas de
grano. Siguieron ascendiendo por la Vía de Nimar, sabedores que en cuanto
abandonaran la Marca, la calzada se transformaría en un sinfín de caminos
abruptos, por los que carros y soldados sufrirían para avanzar.
En la noche que esperaban ver la luna nueva,
la columna acampó por vez primera fuera de los territorios gobernados por los
hombres grises. Según los mapas, en cuatro o cinco jornadas, atravesando valles
cada vez más estrechos, alcanzarían las Gargantas, junto a las que ascendía el
único paso practicable, el de Hamamel, que evitaba el oeste, el hogar de sus
ancestrales enemigos, el pueblo murriano.
Faltan 20 fragmentos para terminar la historia.
Cuentos Fantásticos, Taonos