Me olió a mierda y descubrí que eran las fusiones de mi trabajo. Me bajé del mundo. Era una señal, me tiré del vagón en marcha. Ahora o nunca, pensé. Sentí lástima de todos aquellos compañeros que realizaban la misma función, esa que me había hurtado la primavera de mi espíritu, recluyéndola en una perenne estación invernal. Juré que a partir de ese momento nunca tendría un trabajo gris, un trabajo de mediocres.El primero al que me presenté era de calentador de camas, imaginándome las funciones: dar calor con mi cuerpo a las camas de los huéspedes de un maravillosos hotel. ¡Una mierda¡ cada noche tenía que controlar visualmente los termostatos de cientos de camas.Luego a testador de preservativos. Imaginé largas jornada de sexo. ¡Me estafaron! Tuve que meter miles de condones en una maquinita tipo pene. Posteriormente me ofrecieron ser cuerpo de banquete. ¡Peor! Horas inmóvil sobre una mesa, adornado de fruta y marisco para que me rechupetearan y te sobaran pero sin inmutarte, pues las erecciones te las penalizaban. Me subo otra vez al vagón, vuelvo a mi plaza de administrativo. Tengo que comer.Texto: Francisco Concepción