Cuerpos danone y sonrisas profidén. Eponimia y traducción.

Publicado el 16 febrero 2013 por Scheherezade Scheherezade Surià López @Scheherezade_SL

Hace poco me topé con una “Colgate smile” en una novela y me resultó curiosísimo porque nosotros tenemos “sonrisas profidén”. En este caso lo cambié por esta última marca, que es el referente que conocemos en España gracias a la publicidad.

Algo parecido ocurriría si un traductor al inglés quisiera traducir nuestro “pan bimbo” (al menos en Cataluña). Bimbo es una marca registrada pero se ha convertido en un sinónimo de “pan de molde” (“pan de caja” o “pan cuadrado” en otros países). Traducirlo literalmente no tendría ningún sentido. Bueno, en realidad sí porque “bimbo” en inglés se refiere a una chica tan guapa como boba pero no tendría nada que ver con el pan, aunque esté más buena que el mismo. En inglés sería simplemente “bread” o, si queremos ser más específicos, “sliced bread” or “sandwich bread”.

Ambos ejemplos son casos de eponimia, un mecanismo de formación de palabras muy frecuente que consiste en la creación de una palabra nueva por designación metonímica: un objeto toma el nombre de su inventor; una enfermedad, el de su descubridor; una actitud vital o un comportamiento, el del personaje que lo representó o lo describió y, por extensión, productos que toman el nombre de una marca conocida. Así, una situación dantesca (un término que le encanta a Pedro Piqueras y usado bastante en periodismo como sinónimo de “espantoso” y “aterrador”) viene de Dante Alighieri. Una situación kafkiana, absurda y angustiosa, le debe su nombre a Franz Kafka, etc.

Los epónimos son muy habituales en la medicina a la hora de nombrar enfermedades o síndromes, como el de Down, que le debe el nombre al médico John Langdon Down o bien procesos, como el de pasteurización, por el químico Louis Pasteur. La tecnología es otro campo muy dado a los epónimos. Pensemos en el motor diésel, que se llama así por Rudolf Diesel, inventor del motor y de su combustible. Las corrientes de pensamiento político y filosófico también nos proporcionan ejemplos: gongorismo, trotskismo, calvinismo… Y si ampliamos el concepto de nombre propio de persona a nombre propio en general (incluyendo países, ciudades y regiones) la lista se amplía mucho más: dálmata, macedonia, persiana, hamburguesa, daiquiri, mahonesa…

Algunos epónimos son bastante evidentes; otros se han convertido en sustantivos o adjetivos comunes de origen más opaco.

  • La trompa de falopio debe su nombre a Gabrielle Fallopio, médico anatómico italiano.
  • El bacilo de Koch, causante de la tuberculosis, recuerda a Robert Koch, bacteriólogo alemán galardonado con el Nobel.
  • El cóctel molotov es por a Viacheslav Mikhailovich Molotov, ministro de Asuntos Exteriores de la URSS en 1940.
  • La escala de Richter le debe el nombre a Charles Richter, sismólogo estadounidense.
  • El tupperware se llama así por su creador, Earl Silas Tupper. Dicho sea de paso, tanto éxito tiene la dichosa palabra que la hemos castellanizado como “táper” (no está reconocida por la RAE pero sí lo hace la fundéu) y me resulta curioso porque no es más que la “fiambrera” de toda la vida.

Otros términos no son tan evidentes aunque los usemos a diario, como los leotardos, que le deben el nombre a Jules Léotard, acróbata francés, o la tertulia, por Quinto Séptimo Florencio Tertuliano, un autor clásico.

La eponimia en traducción

¿Y qué relación tiene esto con la traducción? Bueno, no todas las lenguas usan los mismos referentes, como en el caso de la “sonrisa profident” de antes, y al traducir habrá que adaptar algunas cosas. Tampoco entro en mucho detalle porque ya hablé de los mecanismos para adaptar las referencias culturales en esta entrada dedicada al doblaje.

Brevemente, sin embargo, ante un epónimo tenemos varias posibilidades:

1. Transferirlo y dar una explicación: Triplex: “triplex o cristal de seguridad laminado”.

2. Sustituirlo por el nombre genérico: Tampax: “tampón”; Hoover: “aspiradora” (en inglés, pasar la aspiradora también es “to hoover“); Black and Decker: “taladro”.

3. Sustituirlo por otro epónimo derivado también de nombre de marca registrada, con o sin explicación alguna: Scotch tape: “celo”.

4. Transferirlo, con o sin modificaciones ortográficas, sobre todo si el nombre del producto se conoce en la cultura de destino.

5. Traducir un no epónimo por un epónimo: mobile phone: “motorola”; camera: “leica”. No obstante, es una cuestión más peliaguda si en realidad no estamos seguros de que esa sea la marca. Además, en según qué tipo de traducciones no podemos incluir el nombre de una marca tan alegremente por cuestión de derechos, patentes, etc.

Veámoslo con algunos ejemplos prácticos. “Scotch tape” es muy común en textos anglosajones para referirse a nuestro “celo”. Yo optaría aquí por dos cosas: o bien hablar de “cinta adhesiva” si no queremos hablar de marcas o bien llamarle “celo”, que, por otro lado, es lo más común en lengua oral o lo que más se oye por la península, al menos.

La RAE acepta el término y recoge su origen

Lo mismo sucede con “band aid“, una conocida marca de tiritas que ha dado nombre a estos apósitos. Si me lo encuentro en un texto optaré por “tirita” o “curita” pero no lo dejaré tal cual porque tal vez no se entienda en la traducción. No hablo de sustituir así como así una marca por otra pero si el término ha quedado fijado ya y va a quedar más natural, ¿por qué no? (Quiero recalcar que hablo desde mi especialidad, la literaria, si fuera técnica o médica seguramente iría con pies de plomo.)

Un caso parecido es el de “biro“. En inglés se usa para hablar del “bolígrafo” pero su nombre hace referencia a su inventor, el húngaro Ladislas Josef Biro. La curiosidad en este caso es que en Argentina, Paraguay y Uruguay hablan de “birome”.

Un último caso curioso es el del calzado deportivo que tiene nombres diferentes dentro de España. En Cataluña se oye mucho “bambas” (por la marca comercial Wambas), mientras que en otras comunidades es más común oír “tenis”, “deportivas” o “playeras”, por ejemplo.

En este caso optaría por un genérico como “zapatillas de deporte” para evitar algo que quizá pareciera muy local.

Así que no te dejes llevar por tu “sonrisa profidén”, tu “cuerpo danone” o tu “primo de zumosol” porque puede que en otro idioma esas referencias cambien.

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Para saber más: