A través del atuendo expresamos nuestra necesidad de ser etiquetados por los juicios sociales
La ciudad se ha convertido – cuánta razón tenía el incomprendido de Segovia – en el factor determinante de los colores elegidos. En función del rincón que adornemos con nuestros cuerpos vestidos, seremos señalados – verdad de las grandes – como burgueses encorbatados o plebeyos descamisados. Mientras en la cola del INEM se distinguen los vaqueros desgastados y las oportunidades del Primark, en la acera de enfrente, almuerzan, ante la Tercera de ABC, los señores bien vestidos del Banco Sabadell. A pocos metros del bar de José, las chilabas de la Mezquita se entremezclan con los Levis de María y el uniforme de Inés, a la salida de Mercadona. Los tacones lejanos a las afueras del Retiro, suenan como martillazos continuos en los oídos de Andrés, el mendigo de Lavapiés.
Mientras tanto, el verde oliva de los tricornios del ayer y, el azul marino de los tiempos adolfinos, ponen el broche de color a un mosaico civil, pintado con las brochas del entramado. ¿Dónde está el blanco en el lienzo de lo urbano?, en tu mente -respondió el camaleón- ante la amenaza del león.
La desnudez se ha convertido en la pancarta del presente para despertar de su letargo al cuerpo moribundo de las élites alienadas. Los cuerpos sin ropa, sirven al conservadurismo de Rajoy para mirar con las gafas de la censura: el atrevimiento de algunas por deshacerse de sus ropas ante los ojos de la Tribuna. El ejemplo de Femen debe servir a la crítica para extrapolar sus formas hacia otros recovecos de indignación popular ajenos al aborto. Solamente así, liberándonos de la ropa, conseguiremos que las palabras del descontento civil sean fortalecidas por la desnudez de los torsos. Romper de, una vez por todas, el veneno franquista acerca del cuerpo y el pecado, se convierte, en los tiempos presentes, en una necesidad para que el mensaje penetre en las conciencias atrofiadas. A pesar de la crítica vertida por algunas voces azules – "el acto de Femen es la viva imagen del oportunismo sexista de algunas para reivindicar desde las bocas feministas el ¡Aborto Sagrado!"-, sin torso desnudo en la balaustrada del Congreso, hoy – probablemente – sería otro gallo el que cantase en las cabeceras de siempre.
Un paisaje sin ropa, o dicho en otros términos, una urbanidad desnuda, serviría para destruir el mensaje fundamentalista de algunas religiones. Sin ropa, sin el cuerpo tapado, muchas mujeres saldrían liberadas de la prisión de sus telas. Es la ropa – querido Ambrosio – la que nos sitúa en la jungla como gatos o ratones. Sin atuendo, todos seríamos iguales ante los ríos de Manrique. No habría faldas ni pantalanes sino cuerpos y razones, envueltos de pieles blancas y oscuras, interactuando como iguales en las batallas campales. Con ropa, existirán – para desgracia de muchos – señores encorbatados de la Hispania fascistoide que califican de obsceno: el torso desnudo de las activistas de Femen.
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