Cuestión de cuernos

Publicado el 29 julio 2010 por Felipe @azulmanchego
NO SOY AFICIONADO a los toros. Y no me gustan, por más que en mi pueblo natal, Villarrubia de los Ojos (Ciudad Real), se hubieran criado de forma silvestre, allá por el siglo XVII los Toros Jijones, una de las "castas fundacionales" de reses bravas de España. Dicho lo cual, voy entrando ya en materia para decir que con la decisión del Parlament de Cataluña no se rompe España, ahora tampoco, y que no necesariamente todo lo que venga de allí ha de convertirse en un debate identitario. En Canarias también se prohibió la lidia y nadie, que yo sepa, lo planteó en esos términos. Ni los canarios fueron entonces menos españoles, ni se hizo tampoco tanto ruido.
Y conste que no soy partidario, en general, de las prohibiciones, salvo que aprovechemos ese viaje para prohibir otras cuestiones como la prostitución, la trata de blancas, el botellón, la contaminación acústica... y, si se me apura, hasta la mala educación. La casuística es muy variada, si bien la diferencia es que en este caso el proceso ha partido de lo que comúnmente llamamos "gente de la calle", es decir, de una Iniciativa Legislativa Popular, que luego los partidos políticos han utilizado a su antojo. En Madrid la Asociación el Refugio ha iniciado el mismo camino, aunque habrá que ver aún si se acepta siquiera su debate en el Parlamento regional.
Dice Esperanza Aguirre, ganadera consorte, que esta medida del Parlamento de Cataluña sólo busca "romper lazos" y "enfrentar a los españoles". Pero vamos a ver, ¿por qué motivo las decisiones que adopta la Asamblea de Madrid son soberanas y, en cambio, las que vienen de otro parlamento igualmente elegido de forma democrática hay que cuestionarlas porque no nos gustan? La decisión, como es obvio, afecta y compete a Cataluña y no al resto, y no sólo eso, sino que los partidos catalanes han dado libertad de voto a sus diputados. ¿Dónde está el escándalo? La mayoría manda en Madrid, pero también en Barcelona, y esas son las reglas del juego. Aunque nos escueza. Ya se sabe, cuando los cuernos de tu vecino veas cortar, pon los tuyos a remojar. ¿O no era así el refrán?