Después de varios años sin vernos, ya no creía en la gripe. Sin embargo, ella sí ha creído en mí, con una fe de 39º, de esas que liquidan las dudas de los más incrédulos.
Parece que mi cabeza se hubiera convertido en una catedral hueca de la nueva fe, donde revolotea un ferviente dolor de cabeza entre las cuatro neuronas que todavía permanecen aferradas a la vida. Las demás se han acogido a sagrado con el paracetamol. Agito mi pañuelo de papel en la mano mientras me despido y deseo que ninguno se vea obligado a abrazar esta creencia como lo he hecho yo.
Saludos Atchisssss.