Cuestión de olfato

Publicado el 04 enero 2019 por Trescuatrotres @tres4tres

Ramón Ingeniosa García era un hombre siempre. Siempre leyendo la prensa deportiva en el mismo bar, siempre almorzando en el mismo local de menús del día, siempre la misma marca de cerveza. Sagrado es su paseo dominical por los barrios periféricos con su viejo auto. Las mejores instalaciones deportivas estaban allí. Nuevas y relucientes. El Ayuntamiento no había escatimado en gastos para ganar los votos del barrio.

Allí le decía su olfato que debía dirigirse en busca de una zurda de oro, de ese guante que atrapaba todos los balones, de ese visionario del pase único. Su billete a la cima andaba entre aquellos chavales cuya única preocupación, en fin de semana, era saber a qué hora se iba a programar el partidillo.

De acuerdo, Ingeniosa García no trasmitía lo que diríamos una imagen que diera fuerza a su versión de que fue uno de los ojeadores más importantes del país. Siempre desaliñado, pero oliendo bien gracias a la colonia que le regala cada navidad su nieta, con una vaso de plástico hasta arriba de café al que añadía lo que le gustaba llamar "el toque".

Es decir, el whisky que guarda en la petaca de su abrigo con el escudo del equipo de su ciudad. Aquella que le regalaron cuando se jubiló como jefe de ojeadores. No nos confundamos, no tenía problemas con la bebida, sólo le gustaba un café fuerte.

Antes de acudir a las pistas, tomaba notas exhaustivas de todo lo que acontecía a su alrededor derivado del fútbol. Sobre todo lesiones. Dónde jugaba el jugador lesionado, características de su juego y si el entrenador había dado señales a la directiva de querer un sustituto. Todo iba a su libreta y más tarde a su ordenador, regalo de su hijo. Se iba haciendo con los secretos de la informática y los aplicaba con esmero en aquellos documentos meticulosamente clasificados.

Todo ello con una clara misión: nunca se sabe cuándo iba a tener que llamar de nuevo a un equipo grande para decirle que se ahorrase la millonada de turno por un desconocido, a escasos kilómetros tenían la solución. Tan seguro estaba de su próximo hallazgo, que no dejaba de oír su vieja cinta para aprender inglés y así poder comunicarse sin problemas con la Liga inglesa. Ramón Ingeniosa García era persistente.

La mayoría de las veces, el viaje no merecía ni lo gastado en desayunar. Muchos imitadores de los grandes, pero pocos que se tomasen el juego en serio. Su mujer recriminaba que a lo mejor era un tanto exigente. Él pensaba que si no era sincero con aquellos muchachos, nunca tendrían oportunidad en lo más alto. Si es que era es su meta en la vida, claro está.

Respetaba por encima de todo la opinión de los padres. No iba con él lo de de bañar en euros el salón o la cocina ajenos. Él sólo negociaba con su palabra. "Ni comisiones golosas ni leches" solía gritar. De vez en cuando, obraba la magia. Veía esa picardía propia del fútbol de barrio unida a unas más que prometedoras condiciones físicas. Él no quería medallas, avisaba a sus contactos de sus tiempos en activo y ellos se ocupaban del resto.

Ramón Ingeniosa García veía en la discreción su mejor socio. Los jugadores pierden mucha concentración si oyen hablar de ojeadores, pretenden lucirse y no juegan cómo saben. Ramón no avisa de su llegada, todos en la zona deportiva saben quién es. No hace falta más. Un saludo cariñoso a los entrenadores y para la grada, es uno más. Ni una sola palabra dirigida a los deportistas.

El partido comienza y él toma notas y las consulta. Ni un detalle pierde entre las hojas blancas que no paran de ser manchadas con el bolígrafo. Todo ello irá adjuntado a un extenso mail llegado el momento. No faltan incluso pequeñas grabaciones en vídeo realizadas con su teléfono móvil.

El juego ha finalizado, Ramón vuelve a casa. Ahora ve el fútbol profesional. No puede evitar hacer comparaciones. Echa de menos ver la ilusión del disfrutar jugando en las promesas que han llegado a ser referencias en sus equipos. La presión y las malas decisiones del día a día parecen haber secuestrado parte de esa chispa. Todo es vida o muerte. Todos son las subidas de salario. Nadie se acuerda de los compañeros que se quedaron en el camino. Así que apaga la tele y decide leer un buen libro, pero antes debe pasar las notas de un gastado día a la base de datos.