Rajoy ha periclitado; el repliegue de la investidura por no tener apoyos y los 17 noes del mediocre y ofensivo candidato socialista le dieron la puntilla; y el caso es que ninguna de las alternativas a la vista presenta la recia urdimbre que en el momento actual necesita España, para salir de la incertidumbre y avivar el crecimiento que remedie el paro y saque del hoyo a las familias que sobreviven entre grandes dificultades. Rajoy se inhibe de la realidad en favor de la pasividad, se tiende mirando al infinito a verlas venir y don P. Sánchez cargado de ambición, vacío y tosquedad apenas coincide con nadie y casi ni lo sabe él; y sin saberlo también a los españoles nos está envolviendo un percal obscuro y fatal con su capa de zafiedad y la peligrosa amenaza de la antigualla del leninismo. La mediocridad marca la raza de profesionales de la política que nos piden el voto, para instalarse en sus poltronas y no saber quiénes somos nosotros ni qué es el ‘Bien Común’, ni aprovechar la mayoría absoluta, mejorar al ciudadano y corregir las imperfecciones de esta democracia; a esa especie autóctona sólo le interesa la promiscuidad del dinero y la riqueza ilícita atrapada en sus bolsillos, en los de todos los partidos, aún en los emergentes descamisados. ¡El espectáculo es inquietante y lamentable! En España el político es un tipo obtuso y minúsculo que no convence ni se deja convencer, no llega al mínimo de altura y talla de aquella magnitud de la Transición del 78.
La reunión con Pedro no fue un paripé, sino que Rajoy quiso demostrar que está dispuesto a entenderse con Sánchez, pero este con Rajoy no quiere nada, sólo ir a lo suyo, a montar su gobierno «progresista» y, tomando la Moncloa, salvar su puesto; por su parte, Rajoy espera que fracase y entonces se presentarse él; aunque corre la teoría de que Rajoy debe dimitir por el bien de su partido y el de España. Claro que ahora no debe hacerlo, sino cuando haya pasado el momento crítico, porque hoy se tomaría como una huida o derrota y porque eso llevaría ipso facto al «gobierno de progreso» de Sánchez e Iglesias que, dando por finiquitada la etapa del PP, preparan revertir todas las reformas que ha hecho el PP, e iniciar una nueva etapa de ineficacia y desbarre ante los grandes problemas internos y externos que tiene este País.
La ciudadanía empieza ya a estar harta mucho más allá de lo que cabe; el inmenso problema de la corrupción, que afecta a todos los partidos, hace daño a la democracia, y no sólo a uno de ellos; por más que el duopolio televisivo y compañeros de peregrinación se empeñen en hacer bandera de ello contra el PP, el partido con mayor grado de corrupción en España es el de los ERE, aunque logren demoras y maniobras que hagan prescribir algunos de sus delitos y alargar los trámites; muchos votantes hastiados por ello se han cambiado de parroquia, se han pasado airados y confusos al partido financiado por Irán y Venezuela, dos democracias ejemplares. Hasta el centro-derecha está desmoralizado aún en caso de gobernar con mayoría absoluta; y, si le sobrevienen unas cuantas investigaciones por corrupción, se hunde del todo; lo de la corrupción del PP de Madrid y de Valencia es para una purga, pero contrasta vivamente con la chulería y autosuficiencia con la que la izquierda, PSOE y Podemos, se pasean con casos de corrupción iguales o peores que aquellos. No hace falta aquí profundizar en las tendencias autodestructivas de la derecha social e intelectual; no lo decimos, porque la purga no sea necesaria en el PP, sin duda ninguna, de que sí, en el PP de Valencia, de Madrid y el de todo lugar que se dé a la mangancia, pero, desde luego, también tendría que haberse producido la purga y la autocrítica de la izquierda sea cual sea nacionalista, liberal o convergente. La gente está ya cansada y amargada de penar tantas penurias, paro, faltas e impuestos, frente a tantos profesionales de la política, de la poltrona yde la palabrería; y las reformas necesarias sin hacer: la independencia y la rapidez de la justicia, la ley electoral, vital hoy en esta espera, y el asunto sedicioso de unos catalanes. ¡Y para colmo, con mayoría absoluta! No es para hastiarse, sino para más allá.
C. Mudarra