Cuidado con las falsas promesas

Publicado el 04 noviembre 2009 por Jorge Gómez A.

Antigua es la anécdota del político que promete un puente para el pueblo, y luego que un campesino le dice que no hay río, el político “honorable” le dice: le hacemos el río también…El ejemplo nos dice mucho sobre los políticos en períodos de campaña, sobre todo de sus falsas promesas.

Una constante histórica de la relación entre políticos y ciudadanos desde tiempos históricos (pero sobre todo desde el surgimiento de la democracia representativa) ha sido prometer ciertos resultados.

En principio, para ganar el voto se establecían relaciones de retroalimentación entre representantes y representados, basados en una identidad sustentada en la tradición o la ideología, que se construía en torno a la participación y el diálogo político.

Por lo mismo, lo clave en principio era que el voto también se iba definiendo mediante la participación de los ciudadanos en la construcción de sus propuestas, que era la lógica del republicanismo y del federalismo. En la relación política de representación, originalmente existía retroalimentación.

Con el paso del tiempo, esa lógica perdió fuerza porque se hizo cada vez más difícil representar y coordinar los intereses de cientos de miles, y las tendencias al elitismo y al centralismo del poder político rápidamente se impusieron sobre otras formas de participación.

Lo anterior no sólo debilitó la participación ciudadana a nivel local en cuanto a los asuntos públicos y políticos, dándole más sustento a la centralización del poder y la representación de muchos a través de unos pocos, sino que generó una nueva forma de relación democrática lineal y unilateral –que eliminó la lógica de retroalimentación del ágora- convirtiendo al ciudadano antes dialogante, en un mero elector, ahora simple receptor de propuestas políticas.

Esa lógica se ha acentuado con la expansión de los medios de comunicación y desde que la política es vista por la mayoría –incluida la clase política- más como un cúmulo de ofertas de remate, donde el que ofrece más se lleva el premio mayor, el voto.

Se ha acentuado desde que los políticos ven a los ciudadanos como simples receptores, a los cuales basta con dar ciertos estímulos para lograr atraerlos. Se ha acentuado desde que ven a los ciudadanos como consumidores de ofertones políticos y candidatos de publicidad.

La constante de los candidatos –unos más otros menos- ha sido prometer, ya sea empleos, candados a puertas giratoria, una sociedad de mayores oportunidades, de mayor seguridad, de mayor felicidad, más o meno Estado, menos corrupción, un gobierno de los mejores, nuevas ideas, etc.

Ellos mismos parecen olvidar que no sólo tomarán decisiones en base a apoyos diversos, sino también porque olvidan que no existen sectores intachables, ni más elevados moralmente, ni absolutamente incorrompibles.

Olvidan las lógicas políticas que imperan más allá de ellos. Olvidan que aún cuando sus propuestas sean buenas, en muchos casos requieren del apoyo de otros poderes el Estado, que la institucionalidad establece trabas, etc.