Cuidadoras

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Los años me van confirmando una de esas teorías sin sostén científico alguno que una crea a base de experiencias: aún funcionamos de forma  muy parecida a cuando vivíamos en las cavernas. Ya, me dirán que menudo descubrimiento, que los antropólogos, entre otros estudiosos, llevan ni se sabe la tira de años ahondando en la materia y haciendo afirmaciones al respecto, pero yo me baso en la práctica, y les aseguro que suele darme la razón en un porcentaje bastante elevado de los casos.

En mi entorno, con mucha frecuencia, observo como las mujeres (por supuesto hay excepciones, pero no voy a referirme a ellas) ejercen de cuidadoras. Y no hablo ya de las que tienen hijos, que ahí la explicación es sencilla cuando aún son pequeños, sino de una especie de condición innata que hace que asistan al necesitado, llámese este niño, enfermo, anciano o, y este es el tema de la entrada, pareja dependiente, y no me refiero a dependiente en el sentido ‘clínico’ del término.

Adoptamos el papel de cuidadoras y creamos dependientes. Hacemos de enfermeras, señoras de la limpieza y sicólogas, todo en el mismo pack, proponiéndonoslo o, en muchas ocasiones, sin proponérnoslo. Restamos autonomía y aparecen individuos que no saben valerse por sí mismos y a los que les cuesta enormemente ser autosuficientes. Y luego nos quejamos. Nos quejamos de que no sepan resolver un problema que vaya más allá del laboral, nos quejamos de que no asuman las labores que les tocan por formar parte de un núcleo de convivencia, nos quejamos del enorme carro que llevamos cargado de responsabilidades que no son nuestras, pero lo cierto es que nuestro afán de protección acaba volviéndose en nuestra contra.

Que seamos capaces de transitar por la vida solos depende de que nos veamos en la necesidad de hacerlo. Por eso me resulta cuanto menos digno de reflexión cómo las mujeres procuramos que nuestros hijos sean autónomos y, sin embargo, alimentamos la dependencia de nuestras parejas.

Anuncios