El hombre que cultiva la tierra se cultiva a sí mismo. Tiende puentes entre la tierra y el cielo, entre él y los demás. Ennoblece lo que hasta entonces era yermo e indiferente. El jardín es una escuela en la que aprendemos a vivir con rectitud. Nos abre los ojos para que comprendamos la causa última de las cosas y también su efecto. En este sentido, es una fuente de sabiduría y de virtud. (Los jardines de los monjes, Peter Seewald y Regula Freuler)
¿Por qué no hacer de un jardín un maestro? Aunque sea de un pedacito de tierra, con sus tomates, sus patatas y sus cebollas. Y siempre con su disciplina, con la humildad que su cultivo exige entre quienes lo procuran y lo cuidan. ¿Por qué no rodear los centros escolares, al menos los más indisciplinados, de esplanadas de jardines, con sus parcelas, su humedad y su tierra? ¿Y abrir entre el currículo de enseñanza obligatoria, junto a las matemáticas y el inglés, y otras aquellas mal llamadas materias instrumentales, la asignatura de Cuidados del jardín? ¿No aprenderían con ella a disciplinarse más los alumnos? ¿No se abandonaría entonces la penosa tarea de "tener que" decirles cómo ser disciplinados? Y ello mientras estos mismos alumnos, los que se harían responsables de su parcela, si la tuvieran, aburridos de escuchar siempre la misma monserga, se tiran papeles mientras juegan a desafiar al indefenso educador de valores. Mucho me temo que los valores no se transmiten, o no son susceptibles de ser codificados, y menos de ser penetrados por intelección. Que no, que los valores se viven, se adquieren, se incorporan al ser de cada uno.... Y el trabajo en el jardín, eso seguro, pues así lo demuestra cualquier historia milenaria de la vida monástica, es una fuente muy efectiva de asimilación de valores. Valores como la humildad, pues la tierra, quizá más que ninguna otra cosa, aunque sea un pedazo de ella, tiene sus leyes, sus ritmos, sus normas, siempre infranqueables. Y valores como la constancia, pues el trabajo ha de ser constante, y abarcarlo todo, pues cualquier mala hierba que quede puede acabar con todo el jardín, que ya será nuestro, porque así lo viviremos, fruto de nuestro trabajo. Pero, sobre todo, el valor de la responsabilidad. ¿Cómo puede hacerse responsable a alguien de un número, de una nota, que es algo abstracto, apenas tangible, quizá sólo audible? Es lo que hacemos con este sistema educativo cuyo objeto, además del siempre incierto aprendizaje del alumno, es la obtención de un resultado meramente abstracto, y nada propio, que forme parte de uno, porque no se puede vivir. No, quien cuidara del jardín se haría responsable de su jardín, con su parcela, su tierra y su humedad, que es algo bien tangible, tanto que se puede abrazar, y respirar, y dormir en él, hasta soñar con que da más tomates, cebollas y patatas. ¿Por qué no abrir entonces a nuestro currículo de enseñanza obligatoria Cuidados del jardín?
El hombre que cultiva la tierra se cultiva a sí mismo. Tiende puentes entre la tierra y el cielo, entre él y los demás. Ennoblece lo que hasta entonces era yermo e indiferente. El jardín es una escuela en la que aprendemos a vivir con rectitud. Nos abre los ojos para que comprendamos la causa última de las cosas y también su efecto. En este sentido, es una fuente de sabiduría y de virtud. (Los jardines de los monjes, Peter Seewald y Regula Freuler)
El hombre que cultiva la tierra se cultiva a sí mismo. Tiende puentes entre la tierra y el cielo, entre él y los demás. Ennoblece lo que hasta entonces era yermo e indiferente. El jardín es una escuela en la que aprendemos a vivir con rectitud. Nos abre los ojos para que comprendamos la causa última de las cosas y también su efecto. En este sentido, es una fuente de sabiduría y de virtud. (Los jardines de los monjes, Peter Seewald y Regula Freuler)