Si mientras lees este artículo eres una persona que cuida de otra, me gustaría hacerte una pregunta: ¿Es cierto que hay ocasiones en las que te gustaría sentirte con más comprensión?.
Si tu respuesta es afirmativa, te puedo decir que es algo normal.
Cuando alguien tiene el rol de cuidadora o cuidador, una de las sensaciones que se tienen con bastante frecuencia es la incomprensión.
La falta de comunicación agudiza esa sensación de soledad e incomprensión ya que, por la parte de quienes están alrededor de la persona que cuida, perciben que todo va bien porque no hay quejas, ni peticiones, ni demandas.
Por la parte de quien cuida, se tiene la percepción de que nadie le pregunta cómo está, que al menos podían darse cuenta de su situación, que es evidente lo que necesita y no hay necesidad de pedirlo, etc.
Además de este aspecto comunicativo, existen otras circunstancias que hacen que, una gran mayoría de personas que cuidan, padezcan una serie de síntomas, con los cuales, tú quizás te sientas identificada o identificado.
La dedicación al cuidado permanente de otra persona va produciendo muchos cambios, tanto a nivel físico y mental, como en el entorno.
Estadísticamente está comprobado que, mayoritariamente, son las mujeres quienes asumen ese rol, ya sea esposa o compañera, hija o hermana.
Asumir este rol genera transiciones y cambios que afectan a la calidad de vida de quien cuida.
Este rol de cuidadora tiene unas connotaciones especiales puesto que nadie las ha preparado para asumir el cuidado exclusivo de la persona enferma o dependiente, con lo cual se convierten en cuidadoras no profesionales, inexpertas, que van aprendiendo a lo largo del camino y lo van aceptando.
Así (normalmente) la mujer se convierte en cuidadora principal, es decir, la que se hace cargo del cuidado de otra persona en todos los ámbitos de su vida: alimentación, higiene, medicación, consultas médicas, acondicionamiento del entorno a la situación, toma de decisiones, asuntos burocráticos, administrativos y legales, etc.
El resultado de una encuesta, que hice este verano a mujeres que cuidaban a familiares con Alzheimer, revelaba que las mayores frustraciones o problemas relacionados con el cuidado son: la falta de apoyo o implicación de otros miembros de la familia, la pérdida del control, estrés, falta de descanso, falta de tiempo para sí mismas, frustración, preocupación constante, impaciencia, inseguridad por no saber afrontar situaciones relacionadas con los cuidados físicos del enfermo/a (alimentación, deambulación, alucinaciones, agresividad), desbordamiento.
A medida que pasa el tiempo, algunas cuidadoras, van padeciendo un profundo desgaste, hasta tal punto que, los cambios físicos, mentales, emocionales y sociales que sufren, las van convirtiendo en pacientes ocultas/os que necesitan también cuidados. Muchas de estas/os cuidadoras/es sufren el Síndrome de la Sobrecarga o de la Cuidadora/or Quemada/o cuyos síntomas, tanto físicos como emocionales, se originan por:
- Estar en una situación de estrés crónico.
- No saber resolver los problemas que se le presentan de una manera adecuada.
- La monotonía y repetición de las tareas diarias.
- Tener la sensación de falta de control.
- Desarrollar actitudes y sentimientos negativos hacia la persona enferma.
Estas circunstancias derivan en el desarrollo de una serie de síntomas tales como: falta de motivación, depresión, angustia, trastornos psicosomáticos, fatiga y agotamiento, irritabilidad, despersonalización y deshumanización.
Ante la carga objetiva y la carga subjetiva, es decir, lo que se piensa de la situación, se puede intervenir para disminuir la sobrecarga y mejorar la calidad de vida relacionada con la salud.
Cuanto más te cuides, mejor cuidado podrás ofrecer.
Para poder proveerte de recursos emocionales y sociales que ayuden a cuidarte, a mejorar tu calidad de vida y disfrutar de mayor bienestar físico, psicológico y social, te propongo estas pautas para que te cuides mientras cuidas:
- Acepta las reacciones derivadas del cuidado. Es completamente normal padecerlas ante una situación límite. No hay que ocultar que se está sin fuerzas ni de sentirse culpable por ello, al contrario, te beneficia reconocerlo.
- Pide ayuda, toma la actitud de recibirla y delega tareas. No asumir que eres imprescindible te facilitará este proceso. Hay cuidadoras y cuidadores que no permiten que otras personas intervengan en el cuidado porque piensan que sólo ellas tienen esas habilidades. Otras personas no lo harán tan bien como tú, lo harán diferente, pero igual de válido.
- Dedica tiempo para ti misma/o. Como mínimo una hora al día para tí, que se convierta en tu hora sagrada, fortaleciendo la individualidad (fuera del contacto directo con la persona que cuidas). Disfrutando en ese tiempo de lo que te guste, cuidándote , realizando alguna actividad que te agrade. No descuides tus aficiones y hobbies.
- Mantente y rodéate de una red de apoyo social. Evita el aislamiento y enclaustramiento, no descuides el contacto presencial o virtual. Los vínculos afectivos cálidos amortiguan el estrés.
- Incrementa el sentimiento de control, eficacia y seguridad personal. Para ello se puede solicitar información sobre los aspectos médicos de la enfermedad y adquirir conocimientos prácticos para afrontar los problemas que sobrevengan. Estar informada/o de la evolución de la enfermedad te permitirá poder ir planificándote y por lo tanto mantener el control para tomar decisiones adecuadas. Te puedes dirigir a profesionales de la salud y a asociaciones.
- No dudes en acudir a un/a profesional de la salud si aparece sintomatología de ansiedad, depresión o estrés. Participa en grupos de autoayuda. Expresa abiertamente a otras personas lo que te frustra, lo que temes, lo que sientes, sin sentir culpabilidad. Compartir tus emociones, sentimientos y experiencias te hará ver que no estás sola/o, al mismo tiempo que tú puedes aportar a los demás y beneficiaros mutuamente.
- Cuida tu descanso, alimentación y procura hacer ejercicio físico diario. También puedes ver tutoriales de higiene postural para evitar lesiones.
- Aprende técnicas de relajación, practica Mindfulness y meditación.
- Márcate objetivos específicos cada día, que sean alcanzables, realistas y a corto plazo. Planifica el día, incluso la semana, ello te ayudará a disponer de más tiempo, atendiendo lo prioritario, lo urgente y lo importante. Felicítate por los logros conseguidos cada día (recuerda que en determinados casos se ha asumido el rol de cuidadora/o sin estar preparada/o para ello) y valóralo. Focaliza la atención en la cantidad de cosas que haces adecuadamente a lo largo del día, en lugar de prestar la atención en las deficiencias y fallos exclusivamente.
- Infórmate de recursos que puedan proporcionar un respiro temporal (centros de día, asistencia domiciliaria externa, voluntariado, residencias, etc.).
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Mamen Moya Pérez
Psicóloga General Sanitaria AO07076
IG @psicolormamen
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