Cultura gratuita

Por Salvaguti
Lo normal es que despreciemos todo aquello que conseguimos sin apenas esfuerzo, no le concedemos el valor que realmente tiene...
Recuerdo, aunque ya ha llovido lo suyo sigo sintiéndolo como reciente, mi nerviosismo hasta entrar en Fuentes Guerra para comprobar si el disco que llevaba esperando dos meses había llegado, por fin, al fin. El bueno de Toni, que me conocía de años y gustos, con un gesto confirmaba o cercenaba mis expectativas. Recuerdo bien los nervios del trayecto, la ansiedad por conseguir ese nuevo vinilo de Joy Division, 091, Siouxsie and the Banshees, Gabinete Caligari, Parálisis Permanente, Radio Futura o Los Coyotes de Víctor Abundancia. De cuando en cuando, un lujo demasiado caro por aquel entonces, un capricho, me compraba un disco de “importación”, que eso ya era la suma felicidad transformada en vinilo. Recuerdo, así a bote pronto, el Boys don´t cry de los Cure, varios maxisinglesde Bauhaus, o el Black Album de Prince, aquella excentricidad del genio de Minneapolis. Y no ha pasado tanto tiempo, no. Con suerte y confianza, mucha confianza, podías tener un amigo que te grababa sus discos en aquellas basfque enrollábamos con los bolis biccuando se liaban. Pero no era lo mismo, claro que no, la calidad del sonido era infinitamente peor. Qué sensación: dejar caer, con sumo cuidado, la aguja en el surco, esa banda sonora de huevos friéndose en los espacios en blanco, el esmero en la limpieza, las fundas de plástico. No era aburrimiento, metodismo o manía, cuidaba mis discos con tan disciplina por una simple y elemental razón: si quería disfrutar de aquellas canciones tenía que cuidar y proteger el objeto que las contenía, si no quería volver a pasarme varias horas o días escuchando la radio para poder hacerlo de nuevo. Este cuidado, esta dedicación, en dinero y en tiempo, por las canciones, la podía extrapolar, en cierto modo, a los libros o al cine. Me resultó bastante complicado conseguir mis primeros títulos de Bukowski o de Kerouac, o ver en una pantalla las películas de Bertolucci, Wenders, Waters o de Lars Von Trier –antes de que se le fuera la cabeza-. Una anécdota: Laberinto de pasiones, de Pedro Almodóvar, duró dos días en cartelera en El Palacio del Cine y estoy completamente seguro que se llegó a estrenar en Córdoba porque los propietarios del cine creyeron que se trataba de una peli porno, S entonces, tal y como se lo creyeron los cuatro “espectadores” que me acompañaban en la sala, y que abandonaron transcurridos unos minutos de proyección. Anécdotas aparte, hubo un tiempo en el que acceder a la cultura resultaba complicado, tedioso incluso, y no estaba al alcance de todos los bolsillos. Ojalá no volvamos nunca a ese tiempo. La oferta era muy reducida, rebuscada en muchos casos, y cara, bastante cara. Tal vez por ese motivo, por su dificultad, amaba la cultura, me emocionaba cuando, por fin, podía estar a mi alcance, contaba las horas hasta poder disfrutarla. En muy poco tiempo, casi sin darnos cuenta, tras unos años de walkman –devorapilas-, pasamos a la proliferación de los soportes, gracias a los avances informáticos, y no tardaron en llegar las descargas, ilegales su inmensa mayoría. De hecho, han llegado a ser tan familiares entre nosotros que ya existe toda una generación que ha accedido a multitud de manifestaciones culturales... sigue leyendo en El Día de Córdoba