Había verdaderos avezados cambiándose de guantes, y otros parecían que circulaban por espacios espectrales guardando yo qué sé qué línea imaginada. Me estaba preguntando, mientras compraba mis lechugas, a lo guarro, pero con guantes, qué difícil sería ahora discernir al esquizofrénico del que no lo es, con tanta línea y sombra imaginarias. Para más inri, mientras torpemente despegaba una de esas bolsas con mis guantes ya apestados, y han empezado a rodar las naranjas de mi carro que estaba caído, más de uno ha botado como si mis naranjas fueran aspersores esparcidores de virus. ¿Habrá quién domine el arte de la caída cayendo a metro y medio? ¿Y qué norma habremos de seguir cuando veamos que alguien no se levanta del suelo? ¿Habrá protocolos normalizados contra la indigestión del aislamiento? ¿Olvidaremos la cultura del guarrismo saludando a la nueva higiene a distancia?
Undécimo día