Es una fiesta muy española; cuando en 1566, las Cortes le pidieron a Felipe II que prohibiera las corridas en todo el Reino, él, que no asistía a ellas ni le gustaban, se negó aduciendo que era una costumbre tradicional y no quería prohibir un espectáculo popular. Siempre que se ha intentado su prohibición, en la práctica la inercia española ha impedido que se llevara a cabo. El público opuso su alegre desobediencia a las prohibiciones y continuaron con mayor auge y al figura del toro se convirtió en símbolo de la identidad española. Todos los intentos de abolición en Cataluña y otros lugares fracasaron.
La presencia del toro en la cultura mediterránea es milenaria; se conoce desde épocas muy antiguas. La lucha simbólica entre hombres y animales en público se ha practicado en muchos sitios del mundo e insertado en muchas culturas; esa lucha se desarrolló como medio oportuno para afirmar la superioridad sexual del hombre; el toro llegó a ser figura e imagen y símbolo del poder del macho, de la masculina ansia de sangre. Desde antiguo, el espectáculo de los toros se ha designado, en España, la Fiesta Nacional; y es que se vincula al fervor expansivo del espacio y gusto populares junto con las notas y cadencias del famoso pasodoble; se trata de un esparcimiento de enorme solera y consabido cuño asentados en las fibras del saber comunal.
Vivimos tiempos de crisis económica, social y moral; los toros también sufren la suya, y bien cierta, sin duda; ya no levantan pasiones a causa de la desafección de las gentes, no asisten ya los jóvenes a las plazas, se nutren sólo de los mayores, algo nada nuevo por lo demás, pero ahora más acentuado; la fiesta por este camino se agota y fenece: le perjudica el cambio de mentalidad impulsado por ese buenismo insulso que habla de derechos de los animales y siente el dolor con ellos y estos ya son una mayoría contraria a los toros; esta sensiblería tiene visos de seguir creciendo, así como acogen y cuidan a los perros y desechan a los mayores. A ello, se une la huida de las televisiones, hoy lo que no se televisa es como que no existe, algunas de las figuras no se dejan televisar; los precios en alza o abusivos, las ganaderías descafeinadas, faltas de raza, de bravura y empuje no trasmiten, no emocionan con su mortecina embestida lo cual ahuyenta y desanima a la gente; mientras que, eso sí, mueven en la trastienda taurina gran cantidad de recursos económicos. Esta compleja gama de causas obstaculiza la afición e impide el entusiasmo
C. Mudarra