Cumplir años no tiene mérito alguno frente al mérito de cumplir con lo prometido o cumplir un sueño inalcanzable o, más aún, cumplir con la extraordinaria tarea que nos exige el sentido común de incumplir de vez en cuando, como corresponde a un mínimo de condición humana. El tiempo no nos hace y, por eso, no es causa de existencia, sino consecuencia de ella y, de cada cual depende teñir el tiempo que instaure de un solo color o de muchos. Por eso, cuando llega el día de un cumpleaños, lo que sí felicito es saberme uno de los colores de su tiempo; pero eso ocurre sin fecha, sin tiempo y sin vulgaridad. A veces, lo celebro siempre.
Cumplir años no tiene mérito alguno frente al mérito de cumplir con lo prometido o cumplir un sueño inalcanzable o, más aún, cumplir con la extraordinaria tarea que nos exige el sentido común de incumplir de vez en cuando, como corresponde a un mínimo de condición humana. El tiempo no nos hace y, por eso, no es causa de existencia, sino consecuencia de ella y, de cada cual depende teñir el tiempo que instaure de un solo color o de muchos. Por eso, cuando llega el día de un cumpleaños, lo que sí felicito es saberme uno de los colores de su tiempo; pero eso ocurre sin fecha, sin tiempo y sin vulgaridad. A veces, lo celebro siempre.