¡Qué paradoja! Nos fuimos a casa casi 8 semanas después de que hubieses nacido, pero 4 antes de la fecha prevista...
Recuerdo perfectamente cómo a mitad mañana de ese lunes 16 de noviembre de 2009, entró la doctora a decirnos que habías superado completamente la última infección, que estabas con buen peso para irnos (2´200) y que seguiríamos el control desde casa. A continuación llamé a tu padre, ya estaba, había llegado el tan ansiado momento.
Fuimos a comer y cuando tu hermano se levantó de la siesta nos fuimos al hospital. Era importante que fuésemos toda la familia a recogerte. La última toma allí, la de las 6 de la tarde. Cambio de ropa para salir por fin a la calle, explicación de la medicación que teníamos que seguir en casa, explicación de cómo conectarte el monitor de apneas en casa,... Y ya está, no nos necesitábamos más que a nosotros para continuar.
La llegada a casa en silencio, con luces apagadas, poco ruido... Intentando crear un ambiente particular, único y nuestro. La primera noche te despertaste apenas para comer. Aún el ritmo del hospital estaba dentro. Pero por fin pudimos dormir juntos, en el pecho, abrazados, sin que nada ni nadie pudiera marcar el final. Y en unos días, marcaste tu propio ritmo, fuera de horarios ni estipulaciones absurdas.
Y ahora te miro, y te veo corriendo detrás de la perrita, chutando la pelota, reclamando porque no alcanzas algo que deseas, llorando porque has recibido un empujón de tu hermano, disfrutando de nuestra lactancia, sonriendo con tu padre y empezando a utilizar tu lenguaje particular. Y me siento feliz, feliz de donde estamos, sin negar lo que pasó, asumiendo el dolor que nos creó, viendo las consecuencias de aquellos dos meses en hospitales, pero sintiendo afortunada por tenerte, por haber superado tantos obstáculos y demostrar que la naturaleza es fuerte y que nuestros deseos maternales son más fuertes que los protocolos médicos.
Un beso mi niño.