Cumplir 17 en el mundito de Nicolás

Publicado el 15 enero 2015 por Blog De Golcar Golcar Rojas @golcar1

El título podría prestarse para un tierno cuento infantil y el fuego de la foto podría confundirse con una de esas velas tipo fuegos artificiales que se usan ahora en las tortas de cumpleaños. Pero no, el cuento, si no fuera por lo hilarante de lo vivido, sería un cuento de terror y depresión, y el fuego de la imagen es el de una barricada.

Fuimos a llevarle su regalo de cumpleaños a mi sobrina Silvana. No había fiesta. Sólo queríamos llevarle un detallito y darle el beso y el abrazo que corresponde. Que, como dicen las viejas, ¡diecisiete no se cumplen todos los días! y cuando algún ser querido cumple esa edad, paso yo el día como Violeta Parra, queriendo “Volver a los 17″.

Volver a los diecisiete después de vivir un siglo
es como descifrar signos sin ser sabio competente
volver a ser de repente tan frágil como un segundo
volver a sentir profundo como un nino frente a Dios,
eso es lo que siento yo en este instante fecundo

Pues bien. Llegamos pasadas las seis de la tarde. Nos sentamos a la mesa del comedor y Katyana, la mamá de la cumpleañera, saca focaccia, pan de avena y cremas de ricota con yogourt, de caraota y vegetales y de ajonjolí con parchita. Todo rico y hecho por ella, excepto las galletitas de cazabe, que aunque están ricas y tostaditas, no fueron hechas en casa.

Chismes van y chismes vienen. Cuando nos reunimos no queda títere con cabeza y no se nos salva ni la familia. A todos les hacemos traje.

A las 7 y 15 de la noche, de un solo golpe y sin previo aviso, se apagann las luces. No, no vamos a cantar el cumpleaños feliz. Es un apagón. Bueno, no un apagón. Simplemente, el momento en que se inicia el racionamiento eléctrico que al régimen venezolano no le gusta que llamemos racionamiento y por eso nunca se sabe en qué momento sucederá pero sí se sabe que durará dos horas.

Es la segunda vez que estando a más de 10 pisos de altura, de visita en esta casa, que nos cortan la luz de golpe y porrazo. Menos más que la compañía es amena y, al encender las linternas y habituarnos a la penumbra, la conversa continúa sin mayor trauma que el arrecherón del momento.

Se va enredando enredando, como en el muro la hiedra
y va brotando, brotando como el musguito en la piedra
como el musguito en la piedra, ay si, si, si

En medio de lo mejor de un chisme, se empiezan a oír gritos que vienen de abajo. De la calle.

Algunas detonaciones, y más gritos.

Nos asomamos al balcón y vemos en la oscuridad de la noche como una candelita empieza a arder en la esquina de la derecha. No se distingue lo que gritan pero a los pocos minutos ya se ven llamaradas y se empieza a levantar una espesa columna de humo negro. Están quemando cauchos. El olor se siente cuando sopla el viento.

Mi paso retrocedido, cuando el de ustedes avanza
el arco de las alianzas ha penetrado en mi nido
con todo su colorido se ha paseado por mis venas
y hasta la dura cadena con que nos ata el destino
es como un día bendecido que alumbra mi alma serena

Las llamaradas permiten distinguir algunas personas que se mueven alrededor del fuego como en un baile tribal, al tiempo que gritan ininteligibles consignas y le arriman al fuego bolsas de basura y escombros.

Llegan unos efectivos policiales a poner orden. En pocos minutos hay cinco patrullas con luces encendidas y un grupo de efectivos policiales caminan erráticamente por la calle. Se acercan a la esquina donde arde el fuego. Se repliegan. Vuelven a avanzar. Las llamaradas han crecido pero no se ven señas de los muchachos por ningún lado.

Cuando los policías han bajado la guardia. Los revoltosos le echan más combustible y basura al fuego. Los efectivos -palabra irónica para referirse a estos que vemos- desenfundan sus armas y empiezan a avanzar hacia donde se encuentran quienes protestan, disparando de frente. No disparan al aire. Los degenerados, a dos cauchos quemados, responden con balas. “¡Desgraciados!”, grito desde mis entrañas. No me pude contener. Es que lo tenía atragantado en el güergüero desde el mismo momento en que vi llegar a los uniformados.

Los alborotados lanzan piedras a los policías y los hacen retroceder. No sé con qué lanzan las piedras pero cubren hasta una cuadra de distancia. Los policías atraviesan una patrulla para trancar el paso de los carros. La vuelven a quitar. La vuelven a atravesar. Caminan unos pasos hacia adelante con los revólveres en mano. Echan de nuevo hacia atrás. Parecen un regimiento de Sargentos García. Dan risa. Desde la altura donde me encuentro veo que se iluminan las pantallas de sus teléfonos que usan para comunicarse entre ellos y con el comando, supongo.

Lo que puede el sentimiento no lo ha podido el saber,
ni el mas claro proceder ni el mas ancho pensamiento
todo lo cambia el momento colmado condescendiente,
nos aleja dulcemente de rencores y violencias
solo el amor con su ciencia nos vuelve tan inocentes

Los chicos lanzan una piedra que llega desde su esquina a la esquina donde está atravesada la patrulla y golpea al vehículo policial en un costado.

“¡Vayan a buscar malandros!”. Grito. Es que no me puedo contener.

Un camión de la basura aparece en escena. ¡Caramba, cuánta basura que hay por toda la ciudad sin que se dignen a recogerla y para esto sí hay camiones y personal!

El camión se acerca a la fogata escoltado por algunos policías. Avanza. Retrocede. Vuelve hacia adelante. Recogen algunos escombros pero no tienen ni una botellita de agua mineral para echarle a los cauchos que arden. No hallan como enfrentar las llamaradas. Desisten y se van. Los muchachos no se ven por todo eso.

El amor es torbellino de pureza original
hasta el feroz animal susurra su dulce trino,
retiene a los peregrinos, libera a los prisioneros,
el amor con sus esmeros, al viejo lo vuelve niño
y al malo solo el canino lo vuelve puro y sincero

El fuego comienza a extinguirse. La oscuridad se hace más espesa. Suenan de nuevo piedras hacia los policías y estos corren a esconderse. “¡Cuidado con los tacones!”, grito desde las alturas.

-¡Mal culeaos!

-¡Paridos por el culo!

-¡Sapolicías!

-¡Vayan a hacer cola!

Se oyen los gritos de los alborotados en la oscuridad. Escucho el ruido del camión de la basura que vuelve a hacer acto de presencia. “Pásale por encima”, le dice al conductor un policía. El camión obedece y pasa por encima de las pocas llamas que quedan.

De par en par la ventana se abrió como por encanto
entró el amor con su manto como una tibia mañana
y al son de su bella diana hizo brotar el jazmín,
volando cual serafín al cielo le puso aretes
y mis años en diecisiete los convirtió el querubín

El camión pasa, apaga el fuego al pisarlo y sigue de largo. En la penumbra vemos como los muchachos aparecen como por arte de magia y en cuestión de segundos, ya el fuego arde de nuevo con mayor intensidad que antes.

Los policías, como en un gag de película muda, avanzan, retroceden, disparan hacia donde suponen que están los muchachos, se esconden, tratan de dirigir el tráfico pero ni para eso sirven. Baten los brazos al aire como Locomía con sus abanicos para indicarles a los conductores que retrocedan pero nadie entiende las señas. No se atreven a atravesar de nuevo la patrulla para trancar el paso por miedo a las piedras…

A las 9:15 PM. dos horas después de que se fueron las luces. Vuelve a reinar la claridad. En la esquina, el fuego arde. En la otra esquina siguen los desorientados policías del comando del Zorro.

-¡Ya se pueden ir, malparíos, que ya nos vamos nosotros! Gritan los muchachos y no se ven más. Los policías siguen allí. Medio perdidos.

Se va enredando, enredando, como en el muro la hiedra
y va brotando, brotando como el mus guito en la piedra
como el mus guito en la piedra, ay si, si, si...

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