Cumplir un sueño

Publicado el 20 septiembre 2016 por Javier Ruiz Fernández @jaruiz_

Alguien más pedante dirá que estamos hechos de sueños. Yo, como mucho, te aceptaré que estamos hechos de historias. Después, de noche, cuando todos se hayan dormido, cuando nadie pueda descubrirme, desmontaré la coraza, pieza a pieza, y siempre en soledad, aceptaré, en silencio, que el deseo puede ser parte imprescindible de esos sueños.

Hace casi dos años que quise tomar esta decisión. Dos años. Bueno, no tanto. Quizá seiscientos o setecientos días; semana arriba, semana abajo. Entonces, me puse a escribir algo que valía la pena —era importante para mí—, y me distancié, de nuevo, de la seguridad, de los sueldos holgados de cuatro cifras, y de las promesas de grandes cuentas corrientes.

Por mi cabeza pasó esa idea cientos de veces; esa que te susurra: atrévete, coño; atrévete, y líate la manta a la cabeza. Creí haberla ignorado, pero no lo hice. No dejé mi trabajo, ni escribí durante ocho, doce o catorce horas diarias buscando un éxito editorial. Seguí trabajando. Cambié de trabajo. Busqué alternativas. Recordé.

The White Horse (Mark Wallinge, 2012) en Londres.

Recordé que Bukowski trabajó de todo, incluso trece años como cartero; Kafka redactó informes; Rimbaud traficó con marfil y esclavos; o Céline, con el que podemos cerrar el círculo gracias a Pulp, Chinaski y Belane, viajó con la Sociedad de Naciones, y cobró por ello en su condición de médico. Si cualquiera tiene que hacerlo, ¿por qué se salvaría un escritor? Pues un escritor también, y eso siempre reconforta.

A vosotros (y vosotras) no os voy a engañar. En su momento, surgieron oportunidades, pero no pude (ni quise) escribir sobre lo que todo el mundo quería que escribiese: aquello fue tanto una sonrisa como una lágrima. Escribí. Pero lo hice sobre perros, y gatos y peces; del pasado, del presente y del futuro que nos espera. De lo que sabemos y de lo que creemos saber, pero nos equivocamos, de lo que hacemos, sabiendo y sin saber; de la caza, de la pesca, del consumo responsable, de la sostenibilidad de un modelo, y del egoísmo de la necesidad: de esclavos, y de Occidente, y de todo eso va el texto que presentaré a principios de noviembre en Barcelona. O eso parece.

En algún punto entre el Desierto de Mojave y el recorrido original de la Ruta 66 a su paso por Arizona.

No es una novela. Eso tendrá que esperar. Son ensayos. Ensayos que se parecen mucho a este blog, que hablan de lo que pienso, y, esta vez, explican por qué lo hago. Unas doscientas páginas que se preocupan por abrir debate, y por hacerte reflexionar: no siempre son divertidas, pero hay cientos de sonrisas cómplices en ellas; ni tristes, si bien hay una mucha tristeza encerrada en el papel.

No es un discurso organizado con mimo para que te hagas vegetariano(a), para que dejes de vestir con pieles o no pises nunca más un zoo, aunque quizá lo hagas; ni está focalizado en activistas veganos, amas de casa de mediana edad u hombres de treinta y siete años con una calvicie incipiente en la retaguardia. Está centrado en saber, y en cómo una carpeta repleta de textos y un título certero debían convertirse, antes o después, en realidad.

En breve, esas historias dejarán de ser mías, y, con mayor o menor fortuna, adquirirán corporeidad propia. No se me ocurre un sentimiento mayor para aquel que disfruta de escribir: un chute de realidad en tus palabras, y espacio dentro de ti para seguir soñando ficciones que sueñan con ser reales.