Cunde el pánico en Moscú - 19/10/1941

Por Lupulox

Camaradas,
La victoria alemana en Borodino ha caído como una losa sobre la capital soviética, que hasta hoy se había creído a salvo. Las puntas de lanza alemanas se encuentran a 90 kilómetros de Moscú, y se acercan inexorables a la capital. “¡Mozhaysk ha caído!” La noticia se esparce como la pólvora por las calles de Moscú. “Mozhaysk ha caído. ¡Vienen los Germanski!”
Los civiles de Moscú tiemblan de miedo al escuchar las noticias que llegan del frente.
Nubes de humo se elevan desde las chimeneas del Kremlin mientras en el exterior la temperatura se sitúa por debajo de los 30 grados centígrados bajo cero. Las autoridades soviéticas están quemando los documentos secretos que no han podido evacuar.
Los moscovitas están estupefactos. Tan sólo una noche antes habían estado completamente convencidos de la victoria a la vista de las promesas de ayuda norteamericana tras la conferencia celebrada en el Kremlin el pasado 2 de octubre.
Moscú espera la llegada de los alemanes.
Sin, embargo, el Führer ha demostrado estar dispuesto a ganar esta carrera contra las potencias occidentales y derrotar a la Unión Soviética antes de que las ayudas puedan inclinar la balanza al lado contrario. De hecho, en 1939 ya se alzó con la victoria en la carrera hacia el Kremlin, concluyendo el Pacto Ribbentrop-Molotov ante los atónitos ojos de los anglo-franceses.
El 10 de octubre se celebró una cena para los diplomáticos y periodistas extranjeros en el Hotel Nacional de Moscú. En el menú había bliny, caviar, sopa de vegetales, ternera asada, puré de patatas, zanahorias al vapor, pudding de chocolate y mocha. Se hicieron brindis a Stalin y a la defensa de Moscú. Y a la victoria. Fue el mismo día en que Timoshenko fue relevado del mando y sustituido por el General Zhukov, que fue traido desde Leningrado y nombrado nuevo Comandante en Jefe del Frente Oeste. En él y en los refuerzos siberianos ha depositado Stalin sus últimas esperanzas.
El personal de la Academia de Ciencias abandona Moscú.  Este escena se repite en todos los organismos e instituciones gubernamentales.  Tan sólo Stalin decide permanecer en la capital.
Cinco días más tarde, a las 12:50 horas del 15 de octubre, el Comisario de Asuntos Exteriores Molotov recibió al Embajador Norteamericano, Steinhardt, y le informó de que todo el Gobierno, con la excepción de Stalin, abandonan Moscú y que el Cuerpo Diplomático va a ser evacuado a Kuybyshev, 850 kilómetros al este de Moscú. Cada persona puede llevarse tan sólo el equipaje que pueda transportar por sí misma.
Cuando las noticias se han extendido por la ciudad, y en particular cuando se ha sabido que el ataúd de Lenin ha sido retirado del Mausoleo en la Plaza Roja, ha cundido el pánico. “¡Vienen los alemanes!”
Aquellos que viven junto a la Carretera de Mozhaysk en Moscú han aguzado sus oídos atentos a cualquier sonido que suene como tanques. ¿Ya están aquí? Cualquier cosa es posible en estos momentos.
Las ciudades también tienen nervios. Y si la tensión a la que se las somete se vuelve demasiado elevada, ceden. El 19 de octubre de 1941, los nervios de Moscú están a punto de romperse. Los rumores alarmistas recorren la ciudad. El Gobierno ha huido. El Cuerpo Diplomático se ha marchado. El ataúd de Lenin, el ataúd de cristal con el padre de la Revolución, ha sido retirado a un destino desconocido. Y el colofón de todas estas historias y rumores es siempre el mismo: “Los alemanes ya están en las afueras de la ciudad.” Y con un susurro añaden: “Sus tanques podrían estar aquí en cualquier momento.” La posibilidad de que esto suceda tiene el efecto más impactante sobre la población. El pueblo de pronto ha perdido el miedo a la policía secreta de Stalin, a la milicia y a los destacamentos de seguridad. Hay un estruendo de voces enfadadas en las colas de pan en la puerta de las tiendas de panaderos: “Ya hemos tenido bastante guerra - ¡terminadla de una vez!”
Impera el caos en Moscú.  Los civiles saquean las propiedades, llevando la ideología comunista al extremo.
La primera tienda ha sido asaltada en la Calle Sadovaya. Un camión cargado con comida enlatada ha sido saqueado, volcado e incendiado. No hay transporte; los autobuses y taxis han sido requisados para transportar tropas al frente. Algunos oficiales y policías, temerosos de lo que les ocurrirá si llegan los alemanes, escapan de la ciudad, y los saqueadores se aprovechan de su marcha. La rebelión acecha en las calles frías y húmedas, encogida de miedo en viviendas levemente calentadas, compartiendo la mesa de personas hambrientas. El poder de Stalin se tambalea. Su retrato es retirado de las paredes; las primeras tarjetas del Partido se queman. Panfletos, hojas apresuradamente escritas, de pronto aparecen en los buzones de la gente por la mañana. “¡Muerte a los Comunistas!” dicen. También contenían eslóganes anti-semitas. Horrorizados, los receptores contemplban el texto sedicioso. Moscú, la Madre Moscú, se tambalea. El corazón de la Unión Soviética se detiene. Y sin embargo, los cielos todavía no se han caído.
El dictador del Kremlin ha respondido con un golpe de su puño de hierro y ha declarado el estado de emergencia en Moscú. La capital soviética ha sido declarada una zona de operaciones militares. La ley del frente de combate gobierna ahora su vida.
Moscú, ciudad militarizada.
Según el decreto de Stalin, todos los enemigos del orden público deberán ser entregados de inmediato a consejo de guerra, y todos los provocadores, espías y otros enemigos que llamen a la rebelión serán disparados sin miramientos. Y así ha sucedido. La capital se ha convertido en línea de frente. Sus habitantes han quedado virtualmente incorporados al Ejército. De hecho, tan pronto como el 11 de julio Divisiones de Defensa Popular con un total de 100.000 hombres habían sido reclutadas entre la población de la ciudad por decreto del Comité de Defensa y desplegadas a lo largo de las afueras occidentales de Moscú. A partir del 1 de octubre, las listas de habitantes han vuelto a ser repasada y otros 100.000 moscoitas han sido llamados a las armas. Después de un curso de entrenamiento de 110 horas, han sido enviados al frente.
El General Zhukov tiene la difícil tarea de dar coherencia a una abigarrada mezcolanza de tropas, muchas de ellas con muy baja preparación.
Entre el 13 y el 17 de octubre el Soviet de la Ciudad de Moscú ha reclutado otros veintincinco Batallones de Trabajadores independientes – hombres que al mismo tiempo trabajan en las fábricas y sirven en las fuerzas armadas. Ascienden a 11.700 hombres, el equivalente de una división. Su zona de despliegue se centra principalmente en la orilla oriental del canal Moska-Volga. Al mismo tiempo, la 1ª y 2ª Divisiones de Fusileros de Moscú son formadas a partir de reservistas con experiencia de servicio activo, así como veintinco Batallones de Defensa Local, con un total de 18.000 hombres, constituidos para mantener el orden en la ciudad. Se trata en verdad de una completa movilización de la metrópolis.
Los civiles cavan zanjas antitanque en las afueras de Moscú.
Cada hombre y cada mujer queda integrado en la máquina militar. El General Zhukov, llamado desde Leningrado, trabaja febrilmente para organizar una nueva línea de defensa. Ha ordenado establecer puntos fuerte de artillería y antitanques para emboscar a los Panzer alemanes en sus rutas de aproximación. Unos 40.000 chicos y chicas de menos de diecisiete años han sido movilizados para trabajar en la segunda línea de defensa de Moscú siendo organizados bajo control militar. Junto con 500.000 mujeres y ancianos, trabajan en tres turnos, día y noche, en atroces condiciones, construyendo 100 kilómetros de diques antitanques, 285 kilómetros de obstáculos de alambre y 8.000 kilómetros de trincheras de infantería.
Mit unsern Fahnen ist der Sieg!
Sieg Heil, Viktoria!