Y allí donde no existían caminos, los romanos los construían superando en muchas ocasiones la dificultad de su diseño por lo recóndito del lugar o lo inaccesible. Por eso, las calzadas romanas estaban salpicadas de puentes, arcos y señalizaciones que recordaban el ingenio y el trabajo de los romanos. Es más, estaban convencidos de que su laboriosidad y obra superaba al de las pirámides de Egipto. No solo debían ser útiles para comunicar diferentes ciudades y pueblos sino que, además, debían ser construcciones bellas y muy resistentes. Tenían que estar bien trazadas y con cimientos bien consolidados; objetivos que en muchas ocasiones eran muy difíciles de cumplir debido a la orografía del terreno.Durante la época republicana, la construcción de las calzadas llevaron el nombre perpetúo del constructor. Por ejemplo, Apio Claudio, vio inmortalizada la Vía Apia que unía Roma con el sur de Italia. Y lo mismo ocurrió en la Península Ibérica con la Vía Augusta denominada así en honor del emperador Augusto. La Vía Augusta fue una de las últimas calzadas que los romanos construyeron. Unía las colonias fenicias del sur de la Península hasta los Pirineos. Cuando pensamos en el firme de una calzada romana nos imaginamos una superficie de losas perfectamente ensambladas, pero no era así en muchos de sus tramos. La vía realizada con losas tenía bajo ellas una capa de cal, arena y cantos rodados muy apisonados. La capa más profunda correspondía a los cimientos que estaban formados por guijarros compactos. Esta capa podía medir hasta 60 centímetros de profundidad.
Las calzadas que se extendían por las sierras montañosas debían tener un gran muro de contención para evitar que los desprendimientos invadieran la vía. En las cunetas se construían unas canalizaciones que vertían las aguas de lluvia en grutas subterráneas. Pero también las había con firme de tierra y piedra suelta. Un verdadero calvario para los viajeros que soportaban el polvo que levantaban los animales y carros al circulabar junto a ellos. Este tipo de firme se alteraba con las lluvias ya que se formaban grandes charcos y barrizales.Los mojones que se levantaban cada 1.478 metros se llamaban milarios. Tenían forma de columna cilíndrica y podían medir hasta cuatro metros de altura. En ellos se grababa el número de millas. Los más completos eran los que daban gran cantidad de datos como el nombre de la vía, las millas, las características del firme y la cantidad de dinero que costó realizarla.
Nuestra Vía Augusta tenía unos 1.500 kilómetros desde Cádiz hasta los Pirineos. Teniendo en cuenta que un caminante podía andar sobre los 25 o 30 kilómetros al día, este viaje podía durar unos dos meses. Una distancia excesivamente larga para caminar mientras que por mar, desde Cádiz hasta Ostia, el puerto de Roma, tardaban unos siete días… siempre que el Mediterráneo estuviera en calma.La calzada que comenzaba en Cádiz pasaba por Ciudad Real y Albacete hasta llegar a Saetabis (Játiva). Desde aquí salían ramales que comunicaban con el interior de la Península. Tras dejar Sagunto seguía hacia Tortosa, Tarragona, Barcelona, Gerona y atravesaba los Pirineos por el Coll de Panissans. Algunas tenían grandiosos monumentos que recordaban el poder de Roma: arcos, puentes y puertas de ciudades. El Arco de Bará en Tarragona es posiblemente el más conocido. O monumentos funerarios como la Torre de los Escipiones en Tarragona.
Fotografía de Calafellvalo. Galería Flickr
Por la Vía Augusta también circulaban campesinos, comerciantes y ganaderos que andaban tramos muy cortos buscando los mercados de las localidades vecinas.El viajero realizaba su trayecto a pie. Los romanos más acomodados usaban los caballos para desplazarse. En Roma existían vehículos para cada necesidad. El cisium era un carro largo y muy rápido en el que podían viajar dos personas. Permitía cubrir una distancia de unos 82 kilómetros en unas diez horas.El plaustrum era el carro que utilizaban para el transporte de mercancías. Estaba tirado por bueyes o mulas. En este largo trayecto, los viajeros y caminantes podían descansar y reponer fuerzas en los albergues y las mansiones. Cada 30 kilómetros existía un albergue que tenía un patio interior, un comedor, habitaciones, termas y establos para los animales. Y metros antes ya anunciaban: ‘Aquí Mercurio promete ganancias; Apolo, salud; Septumano, hospedería y comida. Mira, huésped, donde vas a alojarte’.Curiosa esta inscripción funeraria que decía:-Posadero, hagamos la cuenta.-Tienes un as por vino y pan; dos ases por la comida; ocho ases por la muchacha y dos ases por el heno para tu mulo.-¡Este mulo me va a llevar a la ruina! Los albergues no tenían muy buena reputación, por eso, muchos de los viajeros descansaban en casas de amigos y familiares. Fue a partir del siglo III cuando la crisis hizo que se fueran abandonando los trabajos de conservación de las calzadas romanas. Las tribus bárbaras que invadieron la Península en el año 264 la utilizaron para arrasar y saquear Ampurias, Barcelona, Badalona y Tarragona. También fueron utilizadas por los visigodos para sus incursiones y saqueos. Al igual que las calzadas romanas supusieron prosperidad, modernidad y avance, también se convirtieron siglos más tarde en el símbolo de la decadencia y la destrucción.
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