El Festival de Locarno se ha especializado en conceder sus galardones a las aventuras cinematográficas más arriesgadas del planeta y en 2010 esta película obtuvo el Leopardo de Plata al mejor director y al mejor actor e incluida en la sección oficial del Festival 4+1. El protagonista de este film, Emmanuel Bilodeau, excelente en su interpretación, tiene miedo. El mundo exterior le parece demasiado peligroso para exponer a su hija y prefiere que se quede en casa, sin ir al colegio, aislada pero protegida de las malas influencias y peores compañías.
Estamos ante una apasionante relectura de la teoría del retorno a la naturaleza de Rousseau. En resumen, el ilustrado suizo, exiliado en la Francia del siglo XVIII, pensaba que el origen del mal se encontraba en un tipo concreto de civilización. Esta forma de organizarse colectivamente, basada principalmente en la aspiración sin límites a la propiedad, había creado rencillas, odios y enemistades entre los hombres, alejándoles de su tendencia natural, la búsqueda de la felicidad.
El conocimiento había transformado al hombre reflexivo en una “bestia degenerada” y la solución para él, consistía en un regreso a la naturaleza para encontrar en sí mismo al animal no degenerado. Puede que ésta sea la explicación, en el cine codificado de Denis Côté, de la surrealista aparición de un tigre, en mitad de su quinto film, y que tras una primera parte, centrada en la presentación y análisis de los personajes, aporta a su película un creciente clima de suspense y angustia.
El director sabe acumular a la perfección los elementos narrativos que intrigan al espectador: un coche parada en frente de la casa familiar, la llegada inesperada de una nueva compañera de trabajo (a la estética perfecta de una juvenil Alaska), la presencia de un paisaje inquietante con una densidad demográfica que no debe superar los 3 habitantes por km² (ardillas incluidas), una mujer que cumple una condena o la aparición de una inesperada compañía para la joven (interpretada por su hija en la vida real).
Entre unos exteriores a lo Fargo y un ambiente por momentos cercano a Twin Peaks, Denis Côté demuestra su inmensa habilidad para crear un ambiente inquietante en esta película que lleva por título uno de los deportes olímpicos más extraños. El curling consiste en lanzar una piedra de granito de 20 kilos sobre una pista de hielo y colocarla en el centro de una diana a 45 metros de distancia. Para ello el equipo limpia frenéticamente con un cepillo el suelo para calentarlo y que la piedra se deslice con mayor facilidad. Desde la primera imagen de la película el espectador se plantea si, al final, sus protagonistas decidirán vivir fuera de la diana o se acercarán al centro.