Con auténtica impaciencia acudía a escuchar este drama lírico en tres actos de casi cuatro horas de duración del que apenas conocía la romanza final de Curro nada menos que por Alfredo Kraus. Si en la conferencia del martes y dentro de las organizadas por la Universidad de Oviedo como "Diálogos de Zarzuela", Pablo Viar, ayudante de dirección de Graham Vick, junto a Mª Encina Cortizo y sobremanera Emilio Casares, nos pusieron en antecedentes de lo que nos íbamos a encontrar en Oviedo tras su paso en febrero por el Teatro de la Zarzuela de Madrid, lo vivido en esta segunda función del título que clausura el festival de Oviedo se quedó no ya completado sino aumentado con la representación.
Ya que cito la amplia figuración debo hacer un punto aparte con la Capilla Polifónica "Ciudad de Oviedo" que dirige Rubén Díez Fernández. Para Curro el coro es tan protagonista, sino más, que los propios solistas, pues en cada uno de los actos se les exige y mucho a todas las cuerdas, graves y blancas, separadas y enconjunto, sin olvidar un movimiento sobre las tablas que dominan como si de profesionales se tratase. Salvo un pequeño desajuste en el tercer acto, solventaron las dificultades que la partitura presenta, unida a la puesta en escena que les hizo cantar de espaldas, en movimiento e incluso fuera de escena. Un placer comprobar cómo están comportándose en óperas y zarzuelas alcanzando un nivel muy alto. Muy bien los niños del Coro de la Escuela de Música Divertimento, ángeles y querubines encaramados al fondo pero de emisión clara y afinación exacta.
Aquí tendría que detenerme para hablar de la puesta en escena diseñada por Graham Vick donde luces y sombres se conjugaron a partir de una estética muy de los años 60 en todo (apropiadísimo el vestuario), con la visión que un británico pueda tener de la Semana Santa malagueña, por otra parte nada transguesora. Simbolismos de todo tipo en un escenario redondo móvil que da mucho juego a los elementos sobre él colocados, incluso los que descienden y luego se anclan, dignos de analizar uno a uno como hizo Pablo Viar en la conferencia citada del martes pasado, más otros que fui descubriendo: los globos de colores cúpula de iglesia y verbena primaveral sureña después, las escaleras de tijera, el sofá, la mesa del despacho, el archivador, el olivo, la gran cruz, la tómbola colgante final... incluso la originalidad de utilizar los palcos-bolsas laterales del primer y segundo piso para ubicar en ellos personajes y balconadas de flores, agrandando un escenario que tiene las dimensiones que tiene. Igualmente me pareció genial la irrupción por el patio de butacas de Curro en el baile del tercer acto, sin dejarme una iluminación muy bien diseñada subrayando esos contrastes del libreto capaces de resolver momentos de tensión con los guiños de sainete que equilibran un drama auténticamente de libro y políticamente incorrecto en estos tiempos nuestros donde el dicho "la maté porque era mía" constituye delito y causa prisión inmediata. Auténticas genialidades para una escena pletórica en el amplio sentido de la palabra donde todo funcionó con precisión británica.