D'alembert y la educación

Por Josep Pradas

ANÁLISIS DEL ARTÍCULO 

"Colegio" 

EN LA ENCICLOPEDIA FRANCESA

Escrito por D’Alembert en 1753. En realidad, este artículo trata cuestiones de educación y contiene una crítica al sistema educativo y de enseñanza media en la Francia de la época, enseñanza que se impartía en colegios, algunos de ellos adscritos a la Universidad de París.

La cuestión central planteada es si es mejor una educación pública (en colegios) que una privada (en los hogares, doméstica, bastante al uso en la época, en aquellas familias que la pudiesen costear). D’Alembert decide analizar el funcionamiento de los distintos colegios y después comparar el resultado con la educación privada. Advierte que no quiere ofender a nadie con sus críticas (jesuitas incluidos), porque va a tocar un tema sensible (que a nadie se le ocurra hacer esto hoy).

Va a considerar varias enseñanzas de la educación pública:

  • Humanidades. Se imparten en el nivel que hoy llamamos de enseñanza media, y constan básicamente de la enseñanza del latín y su literatura, así como algo de griego. El método se limita a hacer traducciones. Esto no es un alegato contra la enseñanza del latín, pero D’Alembert eliminaría de ésta elementos como la composición, para aprovechar el tiempo intentando entender las riquezas de la literatura latina. Más aún, sería necesario dedicar tiempo y esfuerzo en aprender la propia lengua. Menos rapsodias y más gramática. D’Alembert se lamenta del bajo nivel en el uso del francés literario y del escaso éxito de los textos compuestos en francés. Debería cambiarse la preferencia del latín por el francés, cosa que comienza a hacerse en la Universidad de París. Por otro lado, apuesta también por la enseñanza de otras lenguas extranjeras vivas.
  • Retórica. En estos estudios se enseña a extender lo que se quiere expresar, en latín, ejercitándose en lo que se llama ampliaciones, que “consisten en ahogar en dos hojas de verborrea lo que podría y debería decirse en dos líneas”. Aconseja un aprendizaje más práctico, alejado de la memorización y repetición de los clásicos.
  • Filosofía. Los anteriores estudios, previos al aprendizaje de la filosofía, han consistido en “haber pasado siete u ocho años aprendiendo palabras o hablando sin decir nada” (lo que nosotros llamamos hoy competencias básicas) como preparación del estudio de las cosas, que sería el objetivo de la filosofía, dice D’Alembert. Pero el autor dice que la enseñanza de la filosofía deja mucho que desear porque consta de un aprendizaje de saberes fútiles, como la metafísica o la lógica (de la que ya Descartes se queja en la segunda parte de su Discurso del método), llena de reglas para juzgar bien (velada crítica al Arte de pensar, de Nicole y Arnaud, conocida como la Lógica de Port-Royal), o la física, basada en un sistema del mundo donde cabe seguir o refutar a Aristóteles, Descartes y Newton, según convenga. Propone ciertas innovaciones en el programa de estudios: menos lógica, Locke en lugar de Aristóteles, ética basada en Séneca y Epícteto (estoicos) y el cristianismo, y experimentación en filosofía natural (física).
  • Costumbres y religión. En cuanto a la enseñanza de la religión, D’Alembert señala que se comenten dos excesos: el primero, que se reduce todo a las prácticas exteriores, que no tienen valor; el segundo, que otros estudios más importantes quedan desplazados bajo la alegación del valor superior de la religión, pues algunos profesores desean que los alumnos pasen todo el tiempo rezando, de manera que consiguen que los mas perezosos y dóciles sigan estos preceptos y salgan del colegio “con un grado más de imbecilidad y de ignorancia”.
  • Historia: es una materia que debería enseñarse tempranamente, afirma, por su potencial en la educación de las personas. Propone, sin embargo, que se comience desde el pasado reciente e ir hacia atrás, porque es más provechoso conocer lo ocurrido recientemente mientras que lo más alejado provoca cansancio y aburrimiento (no da pie a situaciones de aprendizaje, en términos actuales).
  • Propone añadir en los programas los estudios de bellas artes, sobre todo de música.
  • Propone también adelantar las enseñanzas de algunas materias: “los niños son más capaces de aplicación y de inteligencia de lo que comúnmente se cree” (pág. 59 de la edición abajo citada). Añade la necesidad de diversificar los programas para que cada niño encuentre alguna materia de su gusto. Inconvenientes: los ya habituales en este asunto, que se debería contratar a más docentes y dedicar más tiempo a la instrucción.

En resumen (pág. 53):

Y por esta razón resulta que un muchacho, tras de haber pasado en un colegio diez años que deben colocarse entre el número de los más preciosos de la vida, sale de él, cuando mejor ha empleado su tiempo, con un conocimiento muy imperfecto de una lengua muerta, con preceptos de retórica y principios de filosofía que debe tratar de olvidar; frecuentemente, con una corrupción de costumbres cuya menor consecuencia es la alteración de la salud; a veces, con principios de una devoción mal entendida, pero más generalmente con un conocimiento de la religión tan superficial que sucumbe ésta a la primera conversación impía o ante la primera lectura peligrosa.

Este diagnóstico está en boca de muchos profesores, dice D’Alembert, pero no se atreven hablar así abiertamente, de modo que sus palabras no pretenden ser una burla de los maestros sino del sistema educativo. Cambiarlo es difícil porque está condicionado por ciertas inercias, y sólo sería posible si las autoridades tomaran las medidas necesarias. Al hablar de inercias se refiere a algo que aún se puede detectar en la escuela actual:

  • La ley de los tontos (la costumbre, el sentido común, lo que los demás hacen), que hace acomodaticia la práctica docente.
  • El riesgo de ser censurado por la mayoría (es decir, los tontos), si aplicas cambios en tus métodos o rutinas escolares.

No obstante, D’Alembert detecta algunas mejoras parciales: supresión de las representaciones teatrales que él considera inútiles (declamaciones, tragedias escritas para el caso, ballets, comedias), por ser ejercicios pueriles y pedantes. “No debe emplearse el precioso tiempo de la juventud en estupideces semejantes” (pág. 55).

En conclusión, retomando la cuestión inicial sobre la conveniencia de la educación pública o privada (doméstica), D’Alembert considera que la educación pública, tal y como está planteada aquí, es inferior a la privada, ya que ésta va directamente a facilitar los conocimientos que D’Alembert propone. El inconveniente de la educación privada es que no facilita la socialización de los niños (lo que el autor llama la sociedad y la emulación), aunque cree que podría solventarse fácilmente creando grupos pequeños bajo una misma supervisión privada (doméstica).

La educación pública suma mayores inconvenientes: en los colegios, el docente se ve obligado a seguir el ritmo de la mayoría de sus alumnos, es decir, está condicionado por las inteligencias mediocres, frenando así a los alumnos más brillantes. Por otro lado, cree que la gratuidad de la educación pública beneficia poco a los escolares y perjudica mucho a los maestros (quizás en el salario), además de menguar la escasa consideración social que reciben (en parte por la frivolidad en que cae la sociedad francesa).

En consecuencia, recomienda la educación privada y deja la pública como recurso sólo para quienes no puedan costearse la otra. Se trata, a la vista está, de un diagnóstico hecho desde posiciones muy liberales, que se dirigen a una clase media alta predispuesta a educar a sus vástagos pensando en la protección de sus presentes y futuros privilegios. Pero esta crítica al sistema educativo no está exenta de consideraciones muy certeras respecto de algunos defectos de los sistemas de educación pública de entonces y ahora.

FUENTE: Diderot & D'Alembert, La Enciclopedia. Madrid, Guadarrama, 1974 (edición de J. Lough).