Desde ya les aviso que lo que voy a contar es triste. O " trilce", como diría César Vallejo, mirad triste, mitad dulce. Es que así son las despedidas. ¿Notaron que hay miles de formas de despedirse? Tanto así que a veces ni siquiera sabemos que esa palabra, ese gesto, esa mirada fue una despedida.
Hace unos días estaba leyendo sobre seguros de viajero en el blog Acróbata del Camino y me doy con la historia del Bocha Marizcurrena, un viajero uruguayo que, lamentablemente, perdió la vida en Nepal a causa de un edema pulmonar. Pueden leer el relato que hicieron dos viajeros que pasaron con él sus últimas horas acá. Una historia que me impactó. La cuestión es que el Bocha dejó un poema dedicado a los viajeros. Un poema con mucho sabor a retirada murguera, a despedida, pero también a bienvenida. Un poema lleno de esperanza, de fe en el presente, un montón de palabras acomodadas para que a uno le revienten las ganas de vivir. Y si la historia me había impactado, el poema me atravesó.
No es mucho lo que he viajado, es cierto. Pero a lo largo de los años fui parte de cientos de despedidas: la mayor parte, de gente que pasaba unos días y volvía a su ciudad o seguía su camino. Por eso cuando leí las palabras del Bocha pensé en esos momentos en que una palabra, un gesto o una mirada son el inicio de una despedida. En cómo se arremolina todo el sentimiento, tanto del que se va como del que se queda. Las palabras del uruguayo vienen justas, sencillas, claras, humildes, a resumir el universo del decir adiós.
Es por eso que no me aguanté y me tomé el atrevimiento de ponerle música a sus palabras. Como agradecimiento, como homenaje, como una forma de que siga vivo y presente en los caminos. Yo no lo conocí, nunca lo ví, no sabía nada de él hasta hace una semana atrás. Por eso si alguien lee este post y conoce a algún familiar, amigo o conocido del Bocha, hágale llegar esta canción.