Así es, les vamos robando poco a poco la posibilidad de sentir, cuando les decimos que no lloren, que no tienen derecho a enojarse, cuando minimizamos sus sentimientos e incluso nos burlamos de sus tristezas, cuando hacemos oídos sordos a lo que les pasa. Les vamos arrebatando poco a poco la capacidad de emocionarse, los hacemos indolentes al mostrarnos indolentes con su sentir. Los vamos acondicionando para un mundo que espera de ellos eficiencia y cumplimiento, que no quiere saber quienes son, mucho menos que sienten, si no cuanto producen y consumen.
Creemos que podemos decirles “no te enojesse siempre feliz”, que podemos acostumbrarlos a la alegría arrancándoles la tristeza. Lo que no sabemos o lo que queremos esconder es el hecho que cuando apagamos una emoción apagamos todas, es imposible no sentir dolor y sentir alegría en toda su magnitud. No hay diferencia de bien y mal, mejor o peor, para l@s niñ@s entre el enojo y la alegría son solo formas de expresarse, de comunicarse con el mundo, de manifestarse en él, decirle es malo el enfado es decirle son malas las emociones.
Con total impunidad los desconectamos de su sentir, los desconectamos de su voz interior porque les decimos que eso sienten no es verdad, es malo o no es para tanto y encima todos alrededor nos lo agradecen y elogian: “pero que buen@ que es tu hij@ ni siquiera se le siente, no se enfada nunca, nollora nunca, a todo dice que si”. Somos padres modelos, ejemplos de crianza porque sobreadaptamos a nuestr@s hij@s,les robamos el corazón y nos lo comemos en la cena, así no vuelve a estorbar.