400 años antes de que el hombre surcase los cielos, da Vinci ya había creado los primeros modelos. Y no sólo prefiguró planeadores, sino que sus notas nos hablan de trajes de buzo, tanques, automóviles, cámaras de espejos, paracaidas, instrumentos musicales... Incluso el primer prototipo de robot (con armadura de la época, claro) que en su día llegó a llamar la atención de la NASA.
Acompañado siempre de su queridísimo Francesco Melzi, diseccionó cadáveres hasta elaborar los más escrupulosos estudios de anatomía y de proporciones, prestó atención a la mecánica y la física y, por si fuera poco, dejó un legado pictórico que sólo se pudo comparar con el de Miguel Ángel (y eso que el de la Sixtina se quedó en artista multidisciplinar). Sólo a un verdadero genio se le puede consentir que, después de todo, dijese que había ofendido a Dios y a la humanidad "porque mi trabajo no tuvo la calidad que debía haber tenido."
En fin, si difícil es concebir y enumerar todo lo que el genio hizo en vida, y lo que otros pudieron hacer con lo que nos legó tras su muerte, más impresionante resulta sumergirse en una gran nave y contemplar, físicamente y en el presente, todas su creaciones. Como un viaje a aquel día de nuestra tierna infancia en el que por primera vez levantamos la cabeza para contemplar un parque de atracciones. Una exposición que deja perplejo a cualquiera en la que han colaborado 29 instituciones para mostrarnos a ese da Vinci que observó e interpretó el mundo de una manera fascinante.
Por eso, si vivís en Madrid o pasáis por aquí antes de mayo, tenéis la obligación de pasar por el Centro de Exposiciones Arte Canal y rendir pleitesía al más grande de los genios de la humanidad.