Dalecarlia

Publicado el 17 abril 2012 por Jesuscortes
En el momento más álgido de su carrera como actor y director - pocos en toda la historia del cine a esa doble altura: acababa de dirigir y protagonizar nada menos que las deslumbrantes "Terje Vigen" y "Berg-Ejvind och hans hustru" y poco antes había brillado como intérprete en los dos "Thomas Graals..." de Mauritz Stiller -, Victor Sjöström acomete la adaptación, en dos partes, del primer volumen de la novela "Jerusalem" de Selma Lagerlöf, ya por entonces gloria nacional de la literatura sueca.
Faltaban aún unos meses para que la fijación de Sjöström con Lagerlöf empezara a lindar con lo obsesivo y para que además se transfigurase en "actor del método" - treinta años antes de Strasberg - todo ello al acometer su film más conocido, el inminente "Körkarlen" al que se encaminaba apasionadamente, cuando de repente - siendo veterano casi desde que rodó su primera película, cuando el luego famoso Svenska Biografteatern no era sino él y sus proyectos y a pesar de haber hecho ya una adaptación de una novela de ella, "Tösen från Stormyrtorpet" -, parece como si recomenzase su aprendizaje.
Es una sensación que asalta al contemplar muchas de las obras de Victor Sjöström, si se hace en orden cronológico: sin los largos silencios de Dreyer, a Sjöström tampoco parecía servirle de gran cosa el camino andado; un nuevo proyecto requería un nuevo reenfoque del lenguaje con que se expresaba, tan sugerentemente, antes.
No hay más que recordar esas dos obras maestras citadas antes.
Ni la plasmación en imágenes, respetando su cadencia, su música, de un excelso poema de Ibsen ni haber hecho un film que mira de frente a los Mizoguchi que se inspiran directa o indirectamente en él, fueron suficientes cumbres ni sirvieron de gran cosa para preparar su siguiente obra, que abordaba una saga, coralmente.  De "Ingmarssönerna" en 1919 y "Karin Ingmarsdotter", filmada un año después - pero no consecutivamente a ella -, parece que definitivamente perdidas en su versión íntegra que sumaba más de 320 minutos (de los que sobreviven, si se localiza una copia decente, sólo unos 250; por supesto obviando el remontaje de 120 que se editó en USA, una canallada comparable a la perpetrada con "Der tiger von Eschnapur / Das indische Grabmal"), una de las grandes aventuras interrumpidas que en el cine han sido, sorprende sobremanera la capacidad de traslación y adaptación discreta de Sjöström a un libreto tan vasto y descriptivo (no anda lejos la proeza de la lograda por Lubitsch respecto al texto de Oscar Wilde en "Lady Windermere's fan") y cómo en cada pincelada, que cualquiera llamaría costumbrista, está potenciado el vanguardista, físico y carnal (términos bastante divergentes o incompatibles en manos de tantos, de malos y falseadores resultados si se fuerza antinaturalmente su unión) cine silente escandinavo.
En ella misma, sin establecer comparaciones.
Como muchos años después Rossellini, Sjöström más que como un adelantado a su tiempo o un innovador, debemos considerarlo sencillamente un inventor, un descubridor; con el porcentaje de azar que ello implica, pero también con el reconocimiento de que los resultados le llegaron porque fueron consecuencia de un solitario empecinamiento vital más que de una pulsión retroalimentada por el asombro de sus contemporáneos.
Incluso diría que brilla más su arte si se trata de films como este díptico donde el elemento sobrenatural - del que viene su lejana fama y que casi siempre sirve de aliciente para los escasos acercamientos recientes a su obra -, viene absorbido por el espíritu místico-religioso, donde hay en definitiva, menos asideros "de género".
"Ingmarssönerna", que ilustra los dos primeros capítulos de la novela, stricto sensu (la perfección misma) caligráfica, codificada, introspectiva, lineal, fervorosa y tradicional, preludia lo que en "Karin Ingmarsdotter"  progresa y termina siendo movimiento y contraste de texturas, un sentimental y audaz concatenado de elipsis y flashbacks, un melodrama que bordea la tragedia en todo momento.
La, estrambótica a los ojos de muchos por aquel entonces, combinación socialista-bíblico-dickensiana que preside en tono muy menor y poco llamativo el film, acentuanda con el paso de los minutos, propicia que lo que verdaderamente importe no sean los hallazgos de puesta en escena, sino los fundamentos que la articulan.
Dónde se emplaza la cámara, la profundidad que debe (y puede: el reto nace de la necesidad) tener un plano, los insertos (realzados inteligentemente como una alternativa pudorosa al primer plano, que hasta bien entrados los años 20 era un recurso más bien obsceno; alguno de esos insertos, bellísimo, como el que muestra el reloj de bolsillo roto de Ingmar, que luego dará pie a una escena no menos emotiva), el ritmo del caminar o los ademanes de los personajes, el uso de la luz... todo parece asentado en una tradición de décadas, pero lo cierto es que se estaba definiendo entonces por primera vez.
También a nivel de actuación, ese talón de aquiles de una parte, y no poco siginificativa, del cine mudo. Tan raro es ver en Sjöström un actor o actriz fuera de tono como también lo es verlos, por buenos que sean, manifiestamente improvisando, queriendo tomar el mando de la escena.
Ese ímprobo trabajo, ese muy pensado andamiaje no hace falta buscarlo en ningún punto concreto, serviría cualquiera de sus escenas, pero escojamos estas tres simples de transición al principo de "Karin Ingmarsdotter".
Hombres bebiendo en una sobremesa distendida, cortada en cuatro planos limpios y fundida a negro.
Karin, sola, en una habitación dormida, dobla la ropa, mira el reloj, agacha la cabeza, se distrae y sigue su tarea.
Una carroza, un hombre (su marido) desmayado al pie del camino, borracho. Lo recogen y lo llevan a casa.
En dos minutos y medio, con un sólo intertítulo (ella pregunta si ha habido un accidente y los de la carroza se ríen de su ingenuidad), se ha dado sin subrayado alguno la tradición, el patriarcado, la rutina, el cansancio, el desengaño, la pequeña gran épica de negarse a aceptar que no hay más objetivo que seguir vivo y cumplir con lo asignado o destinado a cada cual, pero ver cómo las circunstancias doblegan esa voluntad.
No se trata de dirección de actores ni hay efecto especial o de montaje alguno, nadie se mueve un centímetro de su marca. Es la arquitectura lo que replandece. De una altura que le lleva a uno a calificar - y a estar cada vez más convencido de ello - a Victor Sjöström como el más grande cineasta nacido en aquellas latitudes. La mala acogida dispensada a "Karin Ingmarsdotter" frustró la idea de Sjöström (no muy "desanimado" por lo que se puede deducir: mientras barruntaba "Körkarlen", rodó la igualmente excepcional "Mästerman") de acometer también el segundo volumen de la novela, el que se desarrolla en Palestina, adonde estos personajes y sus descendientes parten, lo que hubiese sido un inédito por entonces intento de reflejar un choque cultural y religioso en la misma tierra santa. Como ya ocurriría muchos años después, nos quedamos sin ver el sur.