Dallas buyers club (2013), de jean-marc vallée. sida y emprendimiento social.

Publicado el 07 abril 2014 por Miguelmalaga
Ron Woodroof es un tipo del montón, más bien desagradable. Machista y homófobo en grado sumo, dedica su tiempo libre a apostar en rodeos, al sexo con prostitutas (sin protección), y al consumo desmesurado de drogas y alcohol. En suma, es una de estas personas cuya sociabilidad se reduce a tomar cervezas con individuos como él y no espera más de la vida que la experiencia de placeres inmediatos y básicos. Por eso, cuando en un examen médico efectuado después de un accidente laboral, a Ron le comunican que es portador del virus del Sida, su reacción no puede ser otra que la rabia y la negación. Estamos a mitad de los años ochenta, en la peor época de esta enfermedad. Por aquel entonces estaba muy extendida la creencia de que este mal afectaba casi en exclusiva a la comunidad homosexual (algunos iluminados llegaron a calificar a la enfermedad como castigo divino), por lo que el protagonista, que se sabe muy macho, está seguro de que se trata de un error. Hasta que investiga un poco y advierte que también forma parte de los grupos de riesgo, por no usar preservativos en su promiscua vida sexual. 

Así pues, una vez conocida la irreversibilidad de su enfermedad, Ron va a dar lo mejor de sí mismo para luchar contra ella. Es como si su vida hubiera sido un largo sueño inútil en espera de este momento decisivo, cuando va a tener que concentrarse y dar lo mejor de sí mismo en su afán de supervivencia. Lo primero que advierte es que la medicación que le proporcionan en el hospital no hace más que agravar su estado, así que acude a centros alternativos y comienza a experimentar en sí mismo los efectos de medicamentos que aún no han sido aprobados para su uso público. Con una buena dosis de suerte (es lo que supongo como espectador) da con una combinación de fármacos que parece mejorar su estado. Como no es ningún santo, ni la película pretende reflejarlo como tal, funda el Dallas buyers club, una especie de asociación de carácter alegal que proporciona medicamentos alternativos a sus miembros a cambio de una cuota mensual. Como vemos, la iniciativa de Woodroof, aunque muy bien acogida por quienes viven desesperados por el enfermedad, contiene un importante componente de ánimo de lucro. No en vano está luchando contra el poder de las empresas de medicamentos, que copan el mercado para colocar sus productos, aunque no sean los más eficientes. Y para tener posibilidad de éxito en la tarea, hay que usar algunas de sus armas en la medida de lo posible. Ron es un héroe improbable, un tipo desagradable al que le ha costado tolerar a su compañero de aventuras, un homosexual travesti al que solo unos meses antes no le hubiera importado pegar una paliza. Pero su experiencia al límite parece darle nueva vida, un espíritu emprendedor del que no sabía su existencia y que le hace recorrer el mundo en busca de medicamentos que estén prohibidos en Estados Unidos para introducirlos ilegalmente en el país. 

Dallas buyers club sería una película convencional, casi de sobremesa televisiva si no fuera por un factor importante, que ha sido recompensado con sendos Oscars: la fabulosa interpretación de sus dos protagonistas. Tanto Matthew McConaughey como Jared Leto afrontan papeles muy difíciles, que requieren una prepación física y mental muy importante. Además, en el caso del protagonista, su personaje sufre una evolución muy importante a lo largo del metraje. McConaughey, uno de los actores que mejor está eligiendo papeles en la actualidad (no hay más que verlo en ese portento llamado True detective), lo hace de manera sutil, gradual, consiguiendo que el espectador se crea esta transformación y a la vez la acepte como verosímil, ya que no la lleva hasta el punto de hacer que Woodroof caiga simpático al espectador. Aparte de eso, de la originalidad a la hora de abordar a sus personajes, Vallée no logra firmar una realización que justifique haber estado entre las mejores del año para la Academia de Hollywood. Porque en realidad el esquema básico está mil veces visto: el ciudadano-Quijote que pelea contra el gigante de la administración americana, denunciando alguna injusticia, con procedimiento judicial incluido. Bien es verdad que en esta ocasión el Quijote no es tan desprendido como el de Cervantes, porque este ha nacido en la tierra de las oportunidades. ¿Por qué no lucrarse a la vez que se defiende una causa justa?