Él no lo sabe, pero ella le espera un vestíbulo más arriba, arreglando coquetamente el fular violáceo, a juego ligero con el traje de chaqueta y sus manos cuidadas de uñas perfectas; se recompone el pelo apenas unos minutos antes de que él llegue a su encuentro.
Se acercó él y a ella se le iluminó la cara, dejándose besar en ambas mejillas. No oí lo que se dijeron, pero adiviné, otro vestíbulo más arriba, que él le había ofrecido, galán, el brazo, y ella se había dejado mecer...