La prostitución es uno de esos asuntos incómodos que a menudo preferimos ignorar porque no existe una única solución, y, aún menos, que sea viable: «Lo que pasa en los bajos fondos, es cosa de los bajos fondos» parece ser la reflexión de una mayoría.
Pero por mucho que hagamos la vista gorda o defendamos posturas intransigentes en Twitter, la cosa es que la prostitución existe y va a continuar existiendo, e, independientemente de cuáles sean nuestros dilemas morales, hay muchas personas, sobre todo mujeres, que se ganan la vida con ella, y ni todas son víctimas de trata, ni todas son desgraciadas que se han visto obligadas a comerciar con su cuerpo como medida desesperada para malvivir.
Damas del Raval (Espai Literari, 2017), la última obra de la periodista Nuria Vázquez Chimeno, pone el foco en una realidad incómoda. Nos abre una ventana a la Barcelona que no aparece en las guías turísticas, la que protagonizan tres prostitutas, y lo hace mediante la fórmula del reportaje novelado, que tan bien le funcionó en BCN Confidencial (Espai Literari, 2014).
La trágica existencia de dos de las protagonistas, Alina y Stefania, víctimas de las mafias y de la inhumanidad de la propia familia, le permite profundizar en los aspectos dramáticos de la historia, lo que contrasta —en mi opinión— de forma muy positiva con el estilo fresco y directo de su prosa.
Damas del Raval es un libro breve (142 páginas) pero intenso, que no se anda con rodeos y que ataca tanto al estómago como a la conciencia del lector, mostrándole un mundo que se encuentra a la vuelta de la esquina, en el que no todo está tan claro como nos hacen creer los prejuicios.
El mérito de la autora no es sólo el haber construido un relato que se acaba quedando corto porque nos deja con ganas de más, sino el plantearnos preguntas que entran en conflicto con nuestras ideas preconcebidas, al mismo ritmo que se las plantea Luna, la periodista cuyas inquietudes hacen de nexo de unión de las tres tramas que se nos presentan.
Algunas «damas del Raval» son víctimas de las repugnantes mafias que trafican con sus cuerpos, pero otras son mujeres fuertes e independientes, como Mónica, que han elegido la prostitución como medio de vida. El sistema capitalista obliga a la inmensa mayoría a venderse de algún modo, y ellas han decidido hacerlo de la forma menos aceptable para una sociedad hipócrita en la que cualquier otro abuso del capital es apenas cuestionado.
En Damas del Raval asistimos, pues, a la convivencia del proxenetismo de los bajos fondos, tan asqueroso como impune, con la cotidianidad de las prostitutas que han «elegido» su profesión con la misma «libertad» que millones de trabajadores. La misma «libertad» gracias a la cual una decide ser limpiadora, camarera, cajera de supermercado, recolectora de fresas, cosedora de ropa de Zara o percebeira, profesiones todas ellas que permiten realizarse plenamente a las personas, y donde los abusos laborales y humanos están absolutamente desterrados… Disculpen la ironía.
Yo soy abolicionista, pero no sólo de la prostitución, sino de la obligación de trabajar de lo que sea para sobrevivir. Trabajar no dignifica. No es más digna una camarera de hotel que una puta, ni una dependienta, ni una enfermera, ni una arquitecta, ni un jugador de fútbol, ni un banquero. Ninguna mujer debería prostituirse, de ninguna manera, ni siquiera la periodista que escribe al dictado del empresario que defiende unos intereses políticos y económicos determinados.
Sé que es una quimera, que la abolición del trabajo como actividad económica dirigida al beneficio de una oligarquía es un sueño anarquista condenado al fracaso; así que hay que luchar por el mal menor, que es la garantía de unas condiciones laborales dignas. Nadie (salvo el capital y sus títeres parlamentarios) cuestiona ese derecho para ninguna profesión, salvo si hablamos de las putas, porque, dicen, la prostitución no es un trabajo.
Me dan igual las disquisiciones lingüísticas. Trabajo o no, las putas existen y se ganan la vida mediante la explotación de su cuerpo, como hacemos el resto de los mortales carentes de sangre azul o de un papá millonario. Por tanto, es ruin boicotear su pretensión de disponer de unos mínimos derechos laborales que, entre otras cosas, eviten la confusión interesada con la trata y el tráfico de personas.
Damas del Raval no es un manifiesto a favor de la prostitución, ni mucho menos, aunque sí claramente defiende la dignidad de las putas y denuncia la impunidad con la que operan las mafias de la trata, que obligan a muchas mujeres a prostituirse en condiciones infrahumanas, delante de nuestras narices.
No voy a insistir en el tema. Para despedirme, dejo un par de enlaces a entrevistas muy interesantes con reconocidas activistas feministas:
Entrevista en CTXT con Chus Álvarez, responsable para América Latina de la Alianza Global contra la Trata de Mujeres: «La autoorganización de las trabajadoras sexuales contribuye a la lucha contra la trata».
Entrevista en CTXT con Silvia Federici, activista, historiadora e investigadora feminista: «El sexo para las mujeres ha sido siempre un trabajo».