Damero Mardito, nº 65 (febrero)

Publicado el 20 febrero 2015 por Sap
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Continuidad de los niños de sexto
Viendo ayer junto a mi hijo mayor una magnífica biografía de Louis Armstrong en el canal televisivo "Beca", le comenté que el día que murió el genial jazzman yo tenía al igual que él, once años (igual que mi hijo, se entiende). 
El recuerdo de aquel domingo de julio es muy vivo. Era tarde-noche y la familia, como no podía ser de otra manera, se encontraba sentada frente al televisor, atentos los hombres a los resultados de la jornada futbolística con resguardos de quinielas en las manos (¿había Liga a primeros de julio? Seguro que me engaño). Llegada la hora, comenzó un Telediario y allí fue donde dieron la noticia del fallecimiento del gran "Satchmo", acompañada, imagino, de variada iconografía del finado. Mientras los televidentes de la casa permanecían ensimismados con la narración del locutor, a mí no se me ocurrió otra cosa que comenzar a dibujar en el margen de una página del periódico una caricatura de Armstrong. 
En 1971 yo aún poseía el talento dibujístico que luego el tiempo se encargó de desvanecer. Comencé dibujando una cabeza grande, de negro, con ojos redondos y saltones y una boca enorme que enseñaba unos dientes y unos labios igualmente enormes. Con el boli lo ennegrecí todo y luego dibujé el traje blanco y la mano que sostenía la trompeta y sujetaba un pañuelo. El resultado me llenó de satisfacción porque además el parecido era considerable. Pero luego decidí que mi Armstrong no llevaría pantalones, por lo que esbocé unas piernas negras que asomaban bajo la chaqueta. Muy ocurrente era yo. El caso es que mi idea me llevó a otra y ahí acabé con el cuadro: con trazos exultantes completé la caricatura dibujando entre las piernas un enorme pene que llegaba al suelo. Un pene gigantesco, de esos que como en el chiste, tienen prepucio, pucio y postpucio. Una tercera pierna que San Juan de la Cruz no hubiera dudado en calificar de pollón de mil demonios. 
Terminado el trabajo y lleno de gozo por tan divertido resultado no dudé en mostrar la obra a la familia. Quedaron desconcertados, claro. Sobre todo mamá y la tita. El único que se atrevió a romper el bochorno de tal silencio fue mi padre que con mano velocísima me arreó tal guantazo en la nuca que me hizo dar con la frente en la mesa. "¡A ver si aprendes a respetar a los muertos, niño!" me dijo haciendo pedacitos mi genial dibujo. 
Sap. 18 sept. 2003 ______________________________________________________________________¿Que dónde conseguir el Damero de este mes? Pues como siempre, en su kiosco habitual y gratis total, pinchando aquí: El Damero del Vecind(i)ario.
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Acróstico: S. Fortes, "El amante albanés"..