No estaría de más admitir que el aspecto brumoso y deteriorado que durante años ha presentado la única copia disponible de "
Her man" concordaba con su lejanísima fama de película proscrita. Era exactamente lo que podía imaginar quien quisiera conocer una de las piedras en el zapato más molestas para los censores que pondrían coto de una vez por todas a estos excesos en el cine americano a la vuelta de un par de años.Cómo resistirse a pensar en latas de celuloide puestas a salvo clandestinamente y apiladas en algún oscuro lugar hasta que los pases televisivos las sacaron del ostracismo, bobinas afectadas por el salitre, el humo de tabaco y los efluvios alcohólicos de sus propias imágenes.
Ahora que ha despejado esa vieja y familiar niebla en forma de restauración museística y ya por fin pueden lucir los complicados movimientos de cámara y la inventiva visual de este cineasta extrañamente atrevido llamado
Tay Garnett, lo cierto es que "
Her man"... es aún más inofensiva de lo que parecía.Lo cual por supuesto no significa que sea inocente de los cargos que se le imputaron.Al fin y al cabo se referían a la normalidad con que contempla el asesinato, la prostitución o el chantaje, es decir, culpable de no querer fingir, a pesar de que todo el mundo sabía que no era así, que tales ambientes solo se encontraban en sitios como esta Habana
sternbergiana con impronta mexicana, que podría ser San Francisco, pero es, contra todo pronóstico, la propia isla caribeña.
La comedia queda al fondo, distrayendo del drama de chicas como esta aniñada
Frankie (
Helen Twelvetrees), situaciones ni la mitad de duras que las que exponían tantos
Chaplin celebrados y recomendados para todas las edades y en los que se invertía el orden y lo más hilarante alejaba y hacía parecer llevaderas circunstancias insoportables. En ese equilibrio entre extremos sale escaldado casi siempre "
Her man", salvo en la triunfante escena que precede al final, pues cada vez que pierde de vista a sus acuciados protagonistas, el film se instala en un tono de slapstick alcohólico, que
no por conocer bien
Garnett el terreno de sus días junto a
Mack Sennett, funciona como debiera. No necesita la película dar rodeos ni hacer como que teje velados embustes para alumbrar exageradas degradaciones sociológicas, simplemente las capta como si fuesen ineludibles, con un entusiasmo - contiguo al del musical - del todo chocante con la fama de estatismo y falta de fluidez atribuida a esta época
, componiendo por doquier secuencias entre múltiples obstáculos de decorado y extras.
Garnett, para su desdicha crítica y a pesar de esos vistosos travellings,
nunca fue un
sofisticado, uno de esos cineastas para los que todo sucede a sus imágenes y nada a sus personajes; tal vez por eso se han olvidado las unas y los otros.
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Un poco posteriores, de mitad de los años 30, son los dos largometrajes que filmó
Louis Valray, "
La belle de nuit" y "
Escale", recientemente promocionados por parte del MOMA. Aún hay un mediometraje anterior y un corto ya en la década siguiente, de los que aún no hay noticias.
Elegido precusor de la nouvelle vague por
Vecchiali - no es el único, ni siquiera entre los que solo él citó -, podría aprovecharse el elogio para invitar mejor a ver todo
Sacha Guitry, del que es imposible no acordarse contemplando la peripecia sentimental de este autor teatral burlado por su joven esposa y un amigo al que salvó durante la Gran Guerra.
Los apuntes vívidos en exteriores, las veloces continuidades y elipsis y cualquier signo de juventud y audacia ya se sabe a qué foco dirigen siempre la mirada, como si el cine francés hubiese vivido alguna vez en catacumbas a fuerza de tanto proclamarlo, pero esta vez no tiene mucha importancia el cansino desprecio, porque a mitad de film irá a dar con sus huesos - el protagonista y la película misma - en uno más de los numerosos giros "epónimos" de "
Vertigo" que en el mundo han sido y que como se sabe incluye obras anteriores a la existencia del mismo cine y por supuesto posteriores al hito hitchcockiano, hacia el que todo gira. Desde ese instante, la mencionada relatividad del film respecto a sus contemporáneas o a las frescas obras de finales de los años 50, pasa a segundo plano.
Volviendo a
Guitry, para el maestro no cabría semejante humillación marital ni por supuesto una venganza tan vulgar y por eso es más fácil aún cambiar de punto de vista y tomar aprecio sobre todo a ella, a
Maithé, a la "segunda mujer", perdida para la causa de la decencia y aún el único personaje notable del film, tan ajeno al mismo que podría haberse expresado mejor con intertítulos. Cuando más brilla, en el flashback por el que conoceremos su pasado y en las escenas en que corona el giro que le ofrece el presente, no se precisan diálogos, ni música, ni veraces fondos.
Como hizo
Tay Garnett en "
Her man",
Valray introduce por sus pies - qué bonito resulta un primer plano en movimiento - no al personaje sino al lugar a donde se dirige "libremente". Es la belleza multiplicada por la rutina, la misma del viaje en tren, de los planos diurnos filmados en Toulon, la ciudad natal del cineasta y donde también filmó "
Escale", de las callejuelas, del puerto y de cuanto confiere al film un atractivo
pagnoliano.En las ilusorias oportunidades para alcanzar la felicidad, que ella ya había defenestrado, poca confianza puede tener, aunque parece que es la única que se da cuenta de ello
.De paja parecen tanto el amante de la primera mujer como el mismo cuando lo es de la segunda y también un tercero que entra en liza, variaciones no muy originales sobre vetustos prototipos románticos, lo que sumado al mal perder del marido y al destino que espera a
Maithé, dibujan un panorama misántropo que debe ser la clave - siempre lo es - para que se valide el film como realista.
Pero me temo que la isla "de cartón piedra" de "
Her man", de donde tratarán de salir tan indemnes como puedan sus héroes, es más verdadero y menos irreal que el rutilante París que abandona Maithé
después de su extraña aventura.