Ella siempre había soñado con bailar, pero se había resignado a malgastar su tiempo en una peluquería. Tras media vida cerrándole puertas, repitiéndole que en su situación era imposible poder llegar a vivir de la danza, hoy por fin iba a debutar en el teatro como bailarina. Saltó al escenario, y cuando percibió que las notas ya rozaban su piel, bailó como nunca. Lágrimas de felicidad rodaron por sus mejillas. La música nunca la escuchó. Los aplausos tampoco. Los sentía.