El Teatro Real ha presentado su próxima temporada, la 2015/16, en la que la danza vuelve a tener un papel absolutamente secundario, casi de reparto. Tres compañías: el Staatsballet de Berlín, con dos programas diferentes; Sasha Waltz y la Compañía Nacional de Danza, y un único ballet de repertorio: «La bella durmiente», en la versión que creó Nacho Duato para el Ballet del Teatro Mihailovski de Moscú.
No es nada nuevo: ha sido así desde su reapertura, en 1997. Hace tiempo, comiendo con uno de los patronos del teatro, le expresaba yo mi queja por este hecho, y se sorprendía de mi reclamación: ¡El Real es un teatro de ópera!, argumentó. Estoy totalmente de acuerdo, y debe ser la ópera la que se lleve la parte del león de la programación, pero teatros como el Metropolitan Opera House de Nueva York, la Ópera de París y el Covent Garden londinense dedican espacios suficientes para la danza: cinco espectáculos en los dos meses reservados para el American Ballet Theatre en el primer teatro; diecisiete en la ópera parisina y trece espectáculos en el coliseo londinense.
Solo la despreocupación y el desinterés -común a todos los directores que han pasado por el Teatro Real- explican esta situación. Todos han visto la inclusión de la danza como una especie de «tributo» o de «mal necesario», y no se ha trabajado en ella con el mismo cariño y dedicación que se ha hecho en la temporada de ópera y de conciertos. Un ejemplo lo tenemos en la temporada anunciada, vertebrada en torno a distintos ejes temáticos y que tiene previsto también diferentes actividades (exposiciones, conciertos, conferencias...) en torno a cada una de las óperas programadas. Los espectáculos de danza son islotes colocados en los huecos que quedan entre las representaciones operísticas. No se piensa el repertorio, solo se abre la puerta y se cede su escenario a la compañía invitada, lo que no es poco. Pero no hay una equivalencia en el cuidado de las programaciones.
Cuando el teatro se reabrió, en 1997, la Compañía Nacional de Danza estaba dirigida por Nacho Duato, que la había reconvertido en una magnífica compañía de danza contemporánea. El repertorio clásico estaba absolutamente abandonado. Se perdió entonces una oportunidad extraordinaria (eran tiempos de bonanza económica) para crear en el Teatro Real una compañía de ballet que pudiera trabajar en ese repertorio y ofrecer los grandes clásicos en su escenario. Porque esa es la diferencia del Teatro Real: que permite albergar grandes producciones de ballet que otros teatros madrileños, por dimensiones, no pueden acoger con la misma amplitud. Lo ha hecho en ocasiones, sí, y en el Real se han visto magníficos espectáculos de excelentes compañías, desde «La bella durmiente» del Royal Ballet hasta el «Espartaco» del Bolshoi, pero han sido oasis dentro de una desértica programación.La CND está, bajo la batuta de José Carlos Martínez, reorientándose. No hace mucho presentó -sí, en el Teatro Real- un «Romeo y Julieta», coreografiado por Goyo Montero. Y es de esperar que en un futuro no muy lejano pueda presentar los grandes títulos del repertorio. El Teatro Real debería por fin (si no me equivoco, no lo ha hecho hasta ahora) abordar la producción propia de un ballet (o la coproducción, y la CND sería una magnífica compañera), y ofrecérsela a sus espectadores con el mismo orgullo con que presenta las óperas. De nada sirve refugiarse en la escasez de público para las sesiones de danza. Tengo la seguridad de que el público responde cuando lo que se le ofrece está a la altura; lo hace en el teatro más activo en este sentido: los teatros del Canal. Es cierto que no estamos hablando de precios similares, pero tampoco la ópera es barata...
La foto es de la producción de
«La bella durmiente» que se presentará esta temporada