Darfur: el díficil camino hacia la paz

Por Jorge Luis Rodríguez González

Hace días, la violencia alcanza matices insospechados en la explosiva Darfur, justamente cuando se pensaba que los aires iban a estar menos caldeados debido a un alto al fuego acordado por el Movimiento de Justicia e Igualdad (MJI), principal grupo rebelde de esa región sudanesa, y las tropas gubernamentales. Pero un respiro entre tanta muerte y sufrimiento parece aún lejano.
Después de varios acercamientos difíciles, el MJI y el gobierno de Jartum firmaron el pasado 23 de febrero un acuerdo marco para la paz, que incluye un alto al fuego. Se trata de un primer paso para sentar las bases de futuras negociaciones que pongan un fin definitivo a un conflicto armado que durante siete años le ha arrancado la vida a 300 000 personas y ha obligado a 2,7 millones a abandonar sus comunidades de origen, según datos de Naciones Unidas.
Los grupos antigubernamentales exigen a Jartum una mayor participación de la región en el disfrute de las riquezas nacionales, gran parte de ellas ubicadas en Darfur. Ese es uno de los puntos que debe incluir el acuerdo previsto para cerrar un capítulo de inestabilidad interna azuzada por potencias como Estados Unidos e Israel, quienes han brindado asesoramiento y armas a los rebeldes.
Pero lo convenido en Doha, capital de Qatar, con la mediación de la ONU y la Unión Africana, fueron solo palabras que en días se las llevó el viento, o mejor dicho, los disparos de cañón, como tantas otras veces ha ocurrido. El proceso de pacificación ha sufrido un «parón» debido a los persistentes choques armados entre los rebeldes y las fuerzas gubernamentales, por lo que el 15 de marzo no se pudo contar con un acuerdo definitivo de paz, como preveían los mediadores.
La confianza que debe primar en las negociaciones —no concluidas— se esfuma con el humo de la pólvora. Mientras, la vecina Chad, que en el pasado brindó apoyo al MJI, negó la entrada del cabecilla de ese grupo rebelde, Khalil Ibrahim, a su territorio, cuando pretendía volver a Darfur. El gesto del mandatario Idriss Deby es síntoma de las buenas relaciones que emprenden su gobierno y el vecino, luego que limaran sus diferencias. Los rebeldes acostumbraban usar a Chad como base para sus tropas y para entrar a Darfur, con el que comparte fronteras.
Según la Agencia de Noticias de Sudán (SUNA) el ejecutivo de Omar Hassan al-Bashir envió cartas a otros países de la región y del mundo, pidiéndoles que no reciban a Khalil Ibrahim, y alegando que la presencia del líder rebelde en sus territorios no contribuiría a terminar con la guerra en Darfur. Ese es uno de los ardides de Jartum para obligar al MJI a sentarse nuevamente a la mesa de negociaciones de Doha.
Incluso, el gobierno sudanés ha pedido a Libia, donde actualmente se encuentra Ibrahim, un «paso positivo» como muestra de la preocupación de Trípoli por la situación en Darfur: la presión sobre el líder rebelde para que vuelva a las conversaciones que abandonó. Sin embargo, el movimiento antigubernamental ha rechazado en varias ocasiones la posibilidad de continuar el diálogo, al tiempo que señala a las autoridades qataríes como favorecedoras del gobierno de Al-Bashir, y pide la incorporación de Egipto como otro mediador.
Además de sus acusaciones a Jartum por ataques contra objetivos rebeldes, el MIJ se retiró de las negociaciones, pues paralelamente el gobierno llegó a un acuerdo con el Movimiento de Liberación y Justicia (MLJ), otro movimiento rebelde de Darfur, formado por varios grupos antigubernamentales menores. Y una paz duradera en la región solo es posible si en el diálogo participan todas las facciones enfrentadas al gobierno.
Ante el recrudecimiento de la violencia en los últimos días, la ONU instó a ambas partes al respeto del cese del fuego, y a decidir, de una vez por todas, un convenio que dé paz al pueblo de Darfur. Sudán necesita esa calma, ¡y ya!, antes de que el almanaque marque el próximo enero, cuando el sur del país decidirá en un referéndum si desea continuar unido al norte, u opta por la independencia.
La posible desintegración del Estado, nada desdeñable según los resultados de los últimos comicios, puede despertar viejos conflictos, y a Jartum no le convendrá tener una guerra abierta en distintos frentes. Y en todos los casos, siempre está en juego la soberanía y la unidad de uno de los más grandes estados petroleros africanos, con los ojos de las potencias occidentales puestos encima.

Foto de portada: Futureatlas