28/12/2012 6:29:45
Por Mercedes Rodríguez García
El 14 de marzo de 1967, en la evaluación trimestral que hacía de sus hombres, Che juzga muy duró a David Adriazola Veizaga (Darío). Cree que de aquel muchacho siempre ensimismado «no se podría sacar un revolucionario». Mas, atento a cada uno de sus combatientes, no lo pierde de vista.
Para el 14 de septiembre piensa que Darío ha dado «un gran paso de avance». Llamado a capítulo se manifiesta decidido a seguir hasta el final. «Tal vez salga un combatiente de él», escribe en cuaderno aparte. Se refiere Che a la conversación sostenida con Adriazola un día antes:
«Hablé con Darío, planteándole el problema de su ida, si así lo desea; primero me contestó que salir era muy peligroso pero le advertí que esto no es un refugio y que si decide quedarse es de una vez y para siempre. Dijo que sí y que corregiría su defecto. Veremos», reseña en su Diario.
Pero el Guerrillero Heroico no pudo comprobar hasta donde sería capaz aquel joven minero, militante del Partido Comunista Boliviano (PCB) devenido soldado del un Ejército de Liberación Nacional. Darío le sobrevivió. Fue el último guerrillero en caer abatido por las balas enemigas, dos años después de asesinado el comandante Guevara.
Así se lo había prometió la tarde del 10 de octubre en medio de la selva, junto con Ñato (Julio Luis Méndez Korne), Pombo (Harry Villegas Tamayo), Benigno (Dariel Alarcón Ramírez, traidor a la Revolución), Urbano (Leonardo Tamayo Núñez) e Inti (Guido Peredo Leigue).
Este último, en su libro «Mi campaña junto al Che», describe aquellos momentos de compromiso, inmersos en una soledad impresionante, «bajo la amenaza siempre permanente de una fuerza militar canibalesca» que los buscaba para asesinarlos.
« [...] Solo recuerdo que con una sinceridad muy grande y unos deseos inmensos de sobrevivir, juramos continuar la lucha, combatir hasta la muerte o hasta salir a la ciudad, donde nuevamente reiniciaríamos la tarea de reestructurar el Ejército del Che para regresar a las montañas a seguir combatiendo como guerrilleros».
El pequeño grupo de combatientes que escapó con vida del combate de la Quebrada del Yuro, logró abrirse paso a fuego limpio y romper el estrecho cerco militar, aunque de la fiera persecución no logró escapar Ñato, herido de muerte el 15 de noviembre, frente a la carretera Cochabamba-Santa Cruz.
Con dolor por la pérdida del compañero, pero con la firme convicción de persistir en la lucha, continúo avanzando hasta llegar a San Isidro, zona donde un campesino los acogió en su vivienda el tiempo suficiente para que establecieran contacto con la retaguardia urbana. En enero de 1968, un comando integrado por militantes del Partido Comunista Boliviano los ayudó a romper el cerco militar, trasladarse a Cochabamba y finalmente llegar a la ciudad de La Paz.
Los últimos sobrevivientes de la Quebrada del Yuro corrieron destinos diferentes. Pombo, Urbano y Benigno reanudaron la marcha para arribar a territorio chileno a mediados de febrero de 1968 y, por último, regresar a Cuba un mes después, mediante la intervención del entonces presidente del Senado de Chile, Salvador Allende.
Inti permaneció en la capital boliviana para continuar la lucha desde la clandestinidad, pero a la postre fue descubierto y asesinado el 9 de septiembre de 1968.
La última noche del año siguiente, Darío es descubierto y acribillado a balazos. La policía se encargó de darlo por desaparecido.
Su cadáver no se ha encontrado. David Adriazola Veizaga, el muchacho de estatura baja, cuerpo macizo y pelo castaño claro, a quien «costaba mucho sacarle las palabras», había nacido en 1939, en el departamento de Oruro.
Cristina Farjat —boliviana en cuya casa halló protección Darío— lo recuerda con inmenso cariño: «Le gustaba dibujar, y cuando su hijo le decía que si no pensaba en buscar una novia, él le respondía que estaba “casado con la Revolución”».
David «admiraba mucho al comandante Guevara y siempre me contaba la anécdota de cuando, durante unos turnos que se hacían en la guerrilla para buscar agua, el Che fue con él y al regresar éste se acordó que no había llevado su arma. Entonces se impuso unos días de cocinero, como castigo por el olvido.
«Durante el tiempo que permaneció escondido se desesperaba por la falta de contacto con los compañeros, pues quería reanudar la lucha. A fines del año 1969 consiguió trabajo en una casa en construcción, que a la vez le servía de refugio, hasta que establece contacto con los revolucionarios y vuelve a la acción», relata Cristina en el libro «Seguidores de un sueño», de la colega Elsa Blaquier.
A dos años de su llegada al campamento de Ñancahuazú (14 de marzo de 1967), el humilde minero boliviano se había convertido en todo un guerrillero.
El hoy general de brigada Harry Villegas evoca a Darío «entre los más disciplinados y preocupados por mantener la unidad de un grupo bastante heterogéneo [...] muy útil, tanto durante la etapa que burlamos la persecución y vivimos de forma clandestina, como en la reorganización de las fuerzas para abrir un nuevo frente guerrillero [...] La vida demostró que de él saldría un firme combatiente».
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